Puertos33
Mis amigos me dicen que tengo una relación extraña con Elizabeth Duval. Ella aun no sabe que somos amigos. Yo tampoco se como me ha dejado Madrid será la tumba.
He leído todo lo publicado por su pluma y siempre me he quedado con la misma sensación: casi. Esa sensación que siempre me invita a seguir queriendo saber de ella. Mi problema, quizá por todo el ruido que la envuelve, es la expectativa que justifiqué tanto odio y recelo contra ella.
Sabe escribir y eso, en nuestro tiempo, es difícil de encontrar. La historia, que no tendría que ser mejor o peor que otra, consiguió que dudase sobre si, verdaderamente, en Madrid existió esa guerra entre movimientos. Duval consigue hacerte dudar sobre la praxis revolucionaria a través de un amor.
Sondea los tiempos del miedo y las inseguridades, pero los disfraza con una contradicción política que, honestamente, no termina de tener sentido. A la maravillosa tensión entre los protagonistas le rodea una atmósfera innecesaria de falangismo amateur. La conversación tras el primer encuentro termina: “Dejémoslo en que se me da mal. ¿Me darías tu número de teléfono? No sé para qué lo quieres. Así, la próxima vez que queramos hablar, si hay más veces, podré llamarte […] Me quede con ganas de más.” ¿Ese silencio no es ya la historia? Puede que sea culpa mía.
Rodeados de un sinfín de personajes intrascendentes, Ramiro y Santiago muestran la importancia del corazón según va desvaneciéndose la política de sus días. Esa es la historia que me ha obligado a seguir pasando páginas. La deconstrucción de Santiago empieza por la necesaria ocultación de su militancia. No diré como termina.
Consiguió llevarme a aquella militancia que con el tiempo he ido perdiendo. A esa ilusión por la “praxis” que algunos consiguen mantener viva. En Madrid, es cierto, hubo un tiempo en el que se respiraba algo. Después, o dejo de respirarse, o yo fui abandonando algunos lugares. Leía y sonreía con los sueños de una cultura organizada: “Ramiro se encarga él mismo de asear una de las antiguas salas de cine: pasa la escoba durante días enteros, sube escalas para despejar telarañas, desinfecta el sitio, lo ventila, instala lámparas, sillas y mesas. Obtiene la aprobación para organizar allí actividades y propone su plan para un ciclo de cine socialista…”.
Elizabeth Duval tiene la facilidad de atrapar. Desde de Prada hasta una joven chica de un tren cualquiera se han visto bajo el hechizo de sus palabras. Y, aunque el texto pueda gustar más o menos, todos lo quieren leer. No es solo una escritora, nunca lo será.
El fantasma del libro se nos muestra en otras líneas: “Sabe ahora que pensó que habría algo más, que la liberación de un espacio significaría otra cosa que no fuera esta insatisfacción, el vacío, el tedio.” ¿No es eso un libro?.
El vacío del protagonista es el vacío de nuestra época. Elizabeth Duval define perfectamente los motivos por el cual el sexo ocasional es una extraordinaria herramienta de alienación. También consigue, extraordinariamente, presentar el encuentro como una irrupción en la linealidad del siglo XXI. Como un antes y un después. El encuentro como línea de fuga, como surgir. Santiago conoce a Ramiro.
¿Seguiré leyendo a Elizabeth Duval? Sin ninguna duda. Estoy deseando encontrar el libro en el que se confirme tanto para aduladores como para detractores. Es, pese a quien le pese, el futuro de cierta literatura nacional. Madrid será la tumba consigue colocarse por encima de la media editorial del país, pero no llega a lo que espero de la autora. También es cierto que no soy sinónimo de éxito. Seguiré esperando y leyendo lo que saque.