Una estrategia europea para preparar a la población ante catástrofes funciona también como caldo de cultivo para el rearme y el militarismo encubierto
El artículo publicado por El País el 26 de marzo de 2025 no es solo un manual práctico sobre qué meter en una mochila de emergencia. Es, en realidad, un ejemplo de cómo se construye una narrativa política bajo apariencia de consejos útiles. Cuando las instituciones llaman a acumular conservas, velas y pastillas de yodo, lo que están sembrando no es conciencia ciudadana, sino ansiedad, miedo y sumisión.
La Comisión Europea ha lanzado una nueva estrategia que propone que cada hogar esté preparado para sobrevivir durante 72 horas sin ayuda externa ante «agresiones», «catástrofes naturales», «pandemias» o «ciberataques». Bajo esa etiqueta ambigua, cabe casi cualquier cosa, incluida una guerra. Esta recomendación no es nueva en el norte de Europa: Suecia, Noruega y Finlandia llevan años entregando folletos sobre qué hacer en caso de bombardeo. Pero lo preocupante es la normalización y expansión de esta lógica a toda la UE, incluida España, un país sin ejército invasor en la frontera, pero con una creciente agenda militar impuesta desde Bruselas y la OTAN.
El mensaje de fondo es claro: cada quien debe asumir que puede quedarse a su suerte, y que lo razonable es vivir con miedo. Se delega en la ciudadanía la responsabilidad de resistir una hipotética catástrofe sin garantías reales de protección pública, mientras los gobiernos destinan cifras multimillonarias al gasto militar. En diciembre de 2023, la Comisión ya anunció que Europa debía prepararse para un «estado de guerra prolongado». No es casualidad que ahora toque a los y las ciudadanas agachar la cabeza y llenar la despensa.
AUTOPROTECCIÓN O ABANDONO: CUANDO EL ESTADO SE DESENTIENDE
La II Estrategia Nacional de Protección Civil, aprobada en diciembre en el Estado español, incorpora este enfoque en su fase inicial. Suena a medida preventiva, pero esconde un abandono planificado del deber de asistencia pública en situaciones extremas. Los hogares tienen que hacerse con cocina portátil, sacos de dormir, botiquines de primeros auxilios, radios con pilas, leña, encendedores, bolsas para excrementos y hasta pastillas de yodo ante un posible ataque nuclear. ¿Estamos realmente hablando de autoprotección o de un simulacro de colapso estatal?
La pedagogía de la catástrofe no solo nos prepara para la guerra, sino para la aceptación de un sistema que ya no garantiza derechos básicos. Agua potable, alimentos, electricidad, calefacción, atención sanitaria: se presenta todo como algo que puede desaparecer en cualquier momento, como si no fuera obligación de los Estados asegurar su provisión.
Mientras las y los ciudadanos reciben listas de productos para soportar 72 horas de abandono, las élites políticas aprueban presupuestos de defensa sin precedentes. En 2024, Alemania superó por primera vez el 2% del PIB en gasto militar, lo que implica más de 85.000 millones de euros. España va por el mismo camino, aumentando cada año el presupuesto para Defensa en nombre de la «seguridad». Pero, ¿de quién es esa seguridad? Desde luego no es la de las personas que deben comprarse una linterna solar por si un apagón las aísla durante tres días.
Convertir a la ciudadanía en prepper es una forma elegante de lavarse las manos. Como si los gobiernos solo pudieran reaccionar después del desastre, y no tuvieran ninguna responsabilidad en prevenirlo. Además, se insinúa que quienes no estén preparados serán culpables de su propia desgracia. La lógica neoliberal aplicada al apocalipsis: si no sobrevives, será porque no tuviste previsión ni seguiste las instrucciones.
Por último, resulta revelador que los mismos países que promueven estos kits de emergencia —Noruega, Suecia, Finlandia— son también algunos de los más cercanos a la OTAN y al rearme generalizado en Europa. El manual de autoprotección no es inocente: es parte de una estrategia política para sembrar miedo, justificar la militarización y desplazar la responsabilidad del Estado a los hogares.
No se trata de negar los riesgos reales —incendios, terremotos, pandemias—, sino de señalar quién decide qué es prioritario: blindar las fronteras y engordar los arsenales, o reforzar la sanidad, los servicios públicos y la resiliencia comunitaria.
Quizá por eso el artículo termina con una frase escalofriante: «Estar preparados también consiste en saber quién puede necesitar ayuda y de quién se puede conseguir». Ya no hay comunidad, solo supervivencia individual. Bienvenidos a la Europa del miedo.