Juan M. Zafra
Profesor asociado en el Departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual, Universidad Carlos III
The Conversation


La ciencia avanza con tal rapidez que hoy seríamos incapaces de describir cuál será el estado de nuestros conocimientos de aquí a unos cincuenta años, cosa que, sin embargo, no es sino una ínfima parcela de tiempo en la escala histórica.
Marc Augé (Poitiers, Francia.1935). 
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Marc Augé. Imagen cedida por Revista Telos.

Augé, profesor de antropología y etnología de l’École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, director de investigación del CNRSS y uno de los grandes pensadores de la ciencia y la tecnología de los siglos XX y XXI, nos habla de su concepto de la hipermodernidad, de esa realidad en la que nos hemos instalado, de un momento en el que el presente se va sin apenas aprehenderlo y el futuro no se atisba como consecuencia de la aceleración de la ciencia y la tecnología.

En su análisis, conseguir el acceso universal al conocimiento es uno de los principales retos a los que se enfrenta la humanidad en estos momentos. “En el ámbito del conocimiento y también en el de los recursos económicos, aumenta sin cesar la distancia entre los más favorecidos y los más desfavorecidos, también en los países emergentes. Nos encaminamos hacia un planeta con tres clases sociales: los poderosos, los consumidores y los excluidos”, escribe en El porvenir de los terrícolas.

-¿Cuál es el porvenir de los terrícolas?

-El porvenir de la Humanidad es un porvenir problemático. Podemos considerar que ya hemos llegado al fin, al final de la historia, en cuanto que no hay discusión sobre el bien; la democracia liberal triunfa y todo está bien. El problema está en que el mercado liberal y la democracia liberal no tienen referencias. La única constatación es que las dictaduras también se llevan muy bien con el mercado liberal. Dicho de otro modo, esta unión ideal entre el mercado y la democracia es bastante vieja, pero no es la realidad que tenemos delante de nuestros ojos. Así es que debemos preguntarnos seriamente hacia dónde vamos.

-No le encuentro optimista. ¿No le anima la aceleración del progreso científico y tecnológico a la que asistimos?

-Mi hipótesis es que no estamos en el fin de la historia sino en el fin de la prehistoria de la humanidad. Esta hipótesis necesita dosis de optimismo y de tiempo para constatarse porque, en la escala humana, una serie de siglos es mucho. De modo que le doy una respuesta relativamente optimista, pero diferida. Claro que la ciencia es un elemento de progreso en la historia de la humanidad, pero son grandes palabras: “progreso”, hasta el punto de que no podemos saber cómo será este conocimiento dentro de treinta años. Y esta es una de las cuestiones más problemáticas para el futuro, porque el conocimiento ha sido adquirido por algunos pero no por todos y ese es un factor de desigualdad muy relevante hoy en el mundo. Con todo, reconozco que hay elementos de progreso y llegaremos a difundir el conocimiento hasta el punto de que hablaremos de los terrícolas como gentes enfocadas al conocimiento.

-La tecnología debería contribuir sustancialmente a extender el conocimiento y evitar la desigualdad. ¿Qué opinión tiene de la confianza casi universal en la dimensión tecnológica?

-La dimensión tecnológica está condicionada por la eficacia de los medios de comunicación, que representan un logro enorme, pero colocan al hombre en la ubicuidad y la instantaneidad. Esto significa que, si estoy viendo la televisión, tengo la impresión de conocer a mi actor favorito y más aún de considerarlo un conocido mío. En otro nivel, es un poco más peligroso porque esas imágenes nos pueden llevar a un confort ilusorio.

Las técnicas de comunicación son tan potentes que tenemos que recordar que los medios de comunicación son simplemente medios y no fines. Si los reconocemos como medios podemos pensar en la manera de adaptarlos a un esfuerzo de conocimiento colectivo, que permita difundirlo a todo el mundo. Sin embargo, aún estamos muy lejos de esto porque, por una parte, no todo el mundo tiene acceso a estos medios y, por otra, muchos de los que tienen acceso sólo tienen un acceso pasivo y no usan los recursos a su alcance. Quiero decir que si me falta un conocimiento puedo encontrarlo enseguida a través del ordenador, pero aquel que no tiene el mínimo conocimiento no lo puede buscar y no le sirve de nada tener toda la Biblioteca del Congreso en su ordenador. Así que existe una ilusión de conocimiento que es aún peor que el hecho de no saber. Se está constatando además que los nuevos instrumentos de relación y comunicación son utilizados de una forma desordenada.

-¿Estamos obsesionados con el futuro y con la velocidad, con ir rápido hacia el futuro, con encontrar un mañana placentero rápidamente?

-El futuro nos obsesiona. El problema está en que, cuanto más cercanos estamos a conseguir las condiciones del futuro que estamos construyendo con los avances científicos, menos tenemos el sentimiento de poder controlar ese futuro. En la medida en que la mayoría de la población no puede controlar ese futuro, lo sienten como una atracción que no controlan y lo cierto es que no aspiramos al futuro sino que él nos aspira a nosotros. Pero, por otro lado, tenemos el sentimiento de que vivimos eternamente en el presente y de que el futuro no nos interesa, y esa es la contradicción de nuestra época.

-Es la contradicción entre la curiosidad por asistir a lo que está por llegar gracias al progreso tecnocientífico y la nostalgia por un pasado estable.

-El futuro es nuestro destino individual y colectivo. Lo sabemos bien, lo constatamos todo el rato. Cuando tenemos regresiones al pasado, nostalgia, estamos obligados a esperar, a tener esperanza en el futuro de los hombres. Tanto la nostalgia como la esperanza son ilusiones, pero detrás de la ilusión siempre está el deseo y creo que este deseo es el que hay que animar y despertar.


Una versión de este artículo fue publicada en la Revista Telos, de Fundación Telefónica.


Profesor asociado en el Departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual, Universidad Carlos III

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