Fue hace cuatro años cuando en Grecia vi, por primera vez, los resultados de la política exterior europea y todo lo que ello conlleva. En España y en el resto del mundo veíamos las imágenes de embarcaciones llegando a costas europeas en redes sociales, televisiones y medios de comunicación que decidían hacerse eco de la crueldad de la guerra e inestabilidad que Occidente provocaba. Parecía, entonces, que la empatía y voluntad de cambiar todo un mecanismo de muerte y miseria asomaba con la suficiente fuerza como para que hubiera, entre nosotros, quienes se hacían ilusiones con un cambio y un nuevo escenario que pudiera revertir todo el dolor creado. Nada más lejos de la realidad, España, desde su entrada en la UE, lleva fortificando en sus enclaves africanos toda una frontera que tiene como objetivo sacar beneficio económico a raíz de la militarización e implantación de material bélico de última generación que se sostiene en un discurso que criminaliza a quienes intentan llegar a Europa para poder tener un futuro.
Lo que estos días vemos en Polonia, más allá de la geopolítica, números y continuas violaciones de derechos humanos, son personas tratando de acceder a Europa a través de un país profundamente racista que acumula casos de palizas, humillaciones y torturas a quienes tan sólo escapan de lo que Occidente ha dejado y provocado en sus casas, barrios y ciudades. Una ruta que también conoce Serbia o Bosnia en la que incluso niños emprenden el viaje desde Afganistán, Siria o Irak, entre otros, para poder llegar a un lugar seguro. Todo ello a España no le es ajeno y el silencio mediático y la permisividad de la sociedad con el gobierno más progresista de la historia para realizar continuas devoluciones en caliente —dentro de otras muchas y continuas violaciones de derechos humanos— amparadas por la ley mordaza tiene como resultado miles de familias que ven como sus hijos, hijas, padres, madres y amigos acaban en el fondo del mar sin que los medios de comunicación se hagan eco de ello, como si sus vidas no importasen.
Un naufragio de turistas europeos en las costas españolas abriría telediarios, aunque fueran muchos menos los ahogados, y sería suficiente para poner en marcha nuevas medidas que tratasen de evitar episodios similares, como es lógico. La hipocresía que España destila con los cientos de embarcaciones que se han quedado por el camino desde hace décadas no es otra cosa que la consecuencia de una política migratoria que ahora también vemos en Polonia, aunque en un escenario geográfico distinto. Aquí también se ha hablado de las ingentes cantidades de dinero destinadas a la protección de las fronteras en el este de Europa desde hace unos años, dejando de lado los miles de euros y esfuerzo que se ha puesto en evitar que pateras o personas accedan a territorio español desde hace décadas. Ya a finales de los noventa se criticaba la ineficacia de la militarización y externalización por, precisamente, haber gastado millones de euros en la construcción de vallas tal y como exigía la UE para que España pudiera formar parte del organismo. De hecho, hasta que la construcción no finaliza, Ceuta y Melilla no conforman parte del espacio Schengen como sí lo hace la península.
Por ello, la denuncia que se realiza desde asociaciones antirracistas y organizaciones que defienden los derechos de las personas migrantes y refugiadas, tratan de rebatirse con discursos nacidos de la mentira y tergiversación para mantener sus privilegios y beneficios. Contra esto, además de argumentar con datos y decenas de evidencias que tenemos a nuestra disposición, hacer hincapié en que quienes pretenden llegar a Europa son personas, es especialmente importante. Luchar contra la deshumanización que sufren de manera constante y ver más allá de los números y la geopolítica que trata de poner el foco en los intereses de los actores políticos internacionales así como poder centrarnos en el carácter humano de las políticas y medidas que deberían ponerse a disposición de las personas que lo han perdido todo o, más bien, en aquellas crueles e inhumanas que reducen a cientos de personas a meros peones internacionales, será la forma en la que podamos revertir las continuas injusticias que las personas migrantes y refugiadas sufren. Porque podríamos ser nosotros, y, por encima de ello, porque son personas.
Tienes toda la razón,y nuestros gobernantes dan la espalda a los derechos humanos