Más de 7.000 millones de dólares. Esa es la factura que McDonald’s está pagando por apoyar al ejército israelí mientras Gaza sigue siendo un cementerio bajo las bombas. La cifra, destacada en un reciente informe financiero israelí, expone el impacto devastador de la campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) sobre la multinacional de comida rápida.
El movimiento, que comenzó en octubre de 2023, cobró fuerza tras el anuncio de McDonald’s en los territorios ocupados de Palestina sobre la donación de miles de comidas gratuitas a las fuerzas israelíes. Esto, mientras las imágenes de niños palestinos bajo los escombros llenaban los titulares de medio mundo. Una acción que ha sido percibida como un respaldo explícito al genocidio en Gaza, y que desencadenó una ola de indignación global.
BREAKING: McDonald’s has lost over $7 billion in revenue due to global boycotts, according to Israeli financial media. The BDS movement has targeted McDonald’s due to its support for Israel’s genocide against 2.3M Palestinians in the illegally occupied Gaza Strip.#BDSworks. pic.twitter.com/yQN7t4Qenh
— BDS movement (@BDSmovement) January 21, 2025
Las consecuencias no se hicieron esperar. Países como Egipto, Jordania y Malasia, con amplias comunidades musulmanas solidarias con la causa palestina, lideraron el boicot contra McDonald’s. Las pérdidas en el mundo árabe y el sudeste asiático han sido abrumadoras. En menos de 48 horas, el impacto financiero era evidente, según el director financiero de la compañía, Ian Borden.
Los resultados son un recordatorio de que las empresas no operan en burbujas políticas. Su respaldo tácito o explícito a regímenes opresores puede convertirlas en objetivo de movimientos de resistencia organizados, como el BDS. Este boicot, que trasciende fronteras, no solo apunta a McDonald’s. También afecta a gigantes como Starbucks, Burger King, Zara y Puma, que mantienen vínculos económicos o ideológicos con Israel.
En países como Egipto, la participación de las y los consumidores en el boicot no es anecdótica: es un acto político cargado de significado, un desafío directo a las narrativas empresariales que intentan normalizar las acciones de Israel. El efecto dominó ha puesto en aprietos a otras corporaciones estadounidenses, demostrando que el apoyo público a políticas genocidas puede traducirse en un rechazo colectivo y coordinado de las y los consumidores.
El caso de McDonald’s y las demás marcas pone de relieve una verdad incómoda: las empresas multinacionales son actores políticos, les guste o no. Con su influencia y recursos, tienen el poder de moldear discursos globales, ya sea perpetuando estructuras de opresión o alineándose con movimientos de justicia social.
Las multinacionales suelen escudarse en la neutralidad, pero el silencio y las acciones selectivas no son neutrales. Donar comidas gratuitas a un ejército que perpetra crímenes de guerra no es caridad, es complicidad. Este tipo de acciones alimenta la percepción de que las corporaciones priorizan beneficios por encima de vidas humanas, especialmente cuando esas vidas son palestinas.
El movimiento BDS ha logrado algo que muchos creían imposible: responsabilizar a gigantes empresariales en términos tangibles. Las pérdidas multimillonarias de McDonald’s son solo el comienzo de una batalla más amplia contra la normalización de la opresión.
En este contexto, el boicot se convierte en una herramienta de lucha legítima y eficaz. No es solo un rechazo simbólico, sino un golpe directo al corazón del capitalismo corporativo que financia y respalda sistemas de apartheid. Nunca más es ahora.
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