Elena Solis
Miembro de Ecologistas en Acción. Licenciada en derecho y Máster en Ecología Forense
“Francamente, no habrá un mañana si se incrementa la temperatura más de 1.5 grados, y para ello tenemos solo 12 años”, ha afirmado el Comité de Medio Ambiente de la ONU en su informe Global Resources Outlook.[1] Un incremento mayor, avisa la ONU, significará hambruna mundial y migraciones masivas a una escala sin precedentes.
En los últimos veinte años se ha teorizado mucho sobre la idea de este inminente colapso. El término Antropoceno se refiere a la creciente evidencia de los efectos transformadores de las actividades humanas en el planeta, lo cual ha creado una nueva era geológica. Capitaloceno pone el acento en el capitalismo como principal agente desencadenante de situación critica actual. La mirada ecofeminista prefiere hablar de faloceno, mientras que necroceno pone de relieve el poder exterminador del capitalismo.
Y aun así, la mayoría (y me incluyo yo misma) nos mantenemos incrédulos ante una realidad ya incuestionable. Sabemos sobre la finitud ecológica de la Tierra, pero no podemos imaginar que suceda. Tal probabilidad permanece fuera de nuestra conciencia, en el mundo de la abstracción.
¿Pero porqué este punto ciego mental entre saber la certeza del colapso eco-social que nos espera y no poder sentirlo?
Parece que, de la misma manera que no podemos imaginar nuestra muerte, tampoco somos capaces de asimilar que una catástrofe climática global pueda llegar a afectarnos. Para el periodista Alan Weisman[2], la causa reside en el subconsciente y nuestra incapacidad de visualizar un “futuro sin nosotros”.
El divulgador y filósofo Timothy Morton 3 entiende el cambio climático como un hiperobjeto, es decir, algo que está tan masivamente distribuido en el tiempo y el espacio, en relación a la escala con la que están familiarizados los seres humanos, que no somos capaces de verlo. Es decir, el colapso resultante nos es imperceptible aunque esté pasando enfrente de nosotros.
En esta misma línea, el filósofo ecológico Thom van Dooren, en su libro Formas de Volar: La Vida al Borde de la Extinción 4 explica que debemos entender que la extinción, tanto de especies animales como de los pueblos que ahora están cultural y geográficamente desubicados, es una muerte lenta y prolongada; no es un punto en concreto en el tiempo. Así, no se trata de un evento único o del filo de un cuchillo, sino más bien de un borde o cornisa muy ancha suspendida en el abismo.
Caminar Sobre el Abismo de los Limites 5 es precisamente el título de un informe de Ecologistas en Accion que, en base a datos aportados por distintos organismos internacionales y parte de la comunidad científica, sugiere la necesidad de enfrentarnos a la crisis ecológica, social y económica que se avecina. El informe de la ONU coincide de lleno con este diagnostico.
Ambos informes anticipan un futuro apocalíptico, pero por muy oscuro que este sea, apuntan Claisse y Delvenne 6 , la existencia misma de tal narrativa distópica presupone que la comunidad a la que se intenta llegar es capaz de hacer algo para frustrarlo. Identificarnos con ese posible futuro, aconsejan los filósofos belgas, nos empodera y restaura un “sentido de posibilidades”; que finalmente hace pensables caminos alternativos.
El que nos resulte muy difícil salvar la brecha entre el saber y el actuar, no significa que nos debamos auto-culpar de causar nuestra actual crisis existencial. Y es que, aunque todos participamos en la degradación de nuestro planeta, debido al modelo económico del que no nos podemos disociar, no todos somos igualmente responsables.
La tónica general de los medios de comunicación en los últimos cuarenta años ha sido la de ignorar las voces que han denunciado el gradual deterioro climático global. Este silencio mediático ha sido necesario para seguir vendiendo periódicos y huecos de publicidad, asi como mantener buenos niveles de audiencia.
Solo en las últimas semanas se ha roto realmente este letargo mediático: los medios de comunicación han tenido obligatoriamente que cubrir la desobediencia civil sin precedentes que se está experimentando en ciudades como Londres, donde personas de todos los ámbitos sociales y culturales han ocupado pacíficamente puentes y calles del centro, así como la perseverante e hipnotizante presencia de Greta Thunberg, la niña que dejó un dia de ir al colegio para sentarse en frente del parlamento sueco reclamando acciones concretas ante el calentamiento global.
Lo que es crucial en el discurso del creciente movimiento mundial de rebelión civil contra la inacción climática es que apunta en la correcta dirección: los culpables son las agencias gubernamentales y las grandes corporaciones. Greta Thunberg, en su ultima intervención en el parlamento británico afirmó : “Ustedes saben exactamente los valores inestimables que están sacrificando.”
Curiosamente, al tiempo que la ONU saco su informe expresando su alarma sobre la gran afección de la industria extractiva en el calentamiento global y urgiendo a las administraciones publicas a llevar a cabo una regulación más estricta, el PP y Ciudadanos en Castilla y León levantaban, sin consulta publica y con nocturnidad, la prohibición de minería en suelo rustico, cultural y natural[7]. En mayo del 2017, el gobierno de Cantabria hizo exactamente lo mismo[8].
Además, los gobiernos autonómicos han puesto en marcha numerosos planes estratégicos mineros, apoyados por la UE, en aras del desarrollismo y la creación de gran numero de empleos que por supuesto no se materializarán. La ejecución de tales planes mineros añadirán un nivel de estrés más peligroso en las reservas hídricas de nuestros comunidades que cualquier otra actividad humana, debido sobre todo al consumo ingente y alto riesgo de contaminación del agua que la minería conlleva.
Por lo tanto, desviar el catástrofe ambiental a la que nos llevarán, entre otros, los proyectos mineros indiscriminados y mal pensados que infectan nuestro territorio no está en nuestras manos, sino, mas bien, en las manos de los que en teoría nos gobiernan.