El libro negro del BBVA (Txalaparta, 2020) escrito por Oriol Malló, es la recuperación de “la mayor exclusiva que un periodista puede soñar”. Una exclusiva que cayó en manos del autor por el 2007, pero que tras la exposición de su testigo, hasta entonces anónimo, quedó en saco roto.
Sin embargo, tras años, con el tesón del periodista y de la editorial Txalaparta, Malló cuenta “todas las cosas que años antes me contó” y que “merecían ser contadas en un nuevo libro que recopilara los entresijos del caso de las cuentas secretas del BBVA”.
– En el libro, uno de los puntos neurálgicos del discurrir de la sociedad española se narra a partir de la unión de los bancos Bilbao y Vizcaya. ¿Qué supuso a niveles generales, su fusión, a nivel nacional?
La fusión entre Bilbao – Vizcaya fue la primera gran fusión. Hoy en día esta parecería como una gran broma, porque las fusiones son permanentes, las hay de forma continúa actualmente en la gran banca. Pero aquella fue una fusión de gran alcance, promovida por un Gobierno que estaba rediseñando y modernizando la vieja estructura oligárquica de la banca española, o eso parecía, y hablo del Partido Socialista. Ahí, en ese momento se nos da la fusión del Bilbao – Vizcaya, que justamente era el tipo de banca más afín al Gobierno. El Gobierno, en definitiva salvó esta banca.
Al hablar de salvar me refiero a que había salvado su cartera industrial, fundamental, también, la cartera nuclear. En ese contexto de la política de la reconversión industrial de la ciudad de Bilbao, literalmente también saldaron las cuentas de la banca mixta, que se pudo deshacer de esa cartera industrial de alto riesgo. Cartera que, obviamente, tiran a la basura, y que pasaron la cuenta a los planes de reconversión industrial que el Gobierno español, a través de Carlos Solchaga, un hombre que se formó en los servicios de estudios del Banco Vizcaya, les arregló, digamos, para dejar las cuentas limpias y evitar así el colapso de una banca, que, obviamente, no hubiera podido resistir. No hubiera podido resistir como ente privado la reconversión industrial.
Esa banca también fue apoyada a través de las políticas de apoyo por parte de la Unión de Centro Democrático, pero también con compras a precios regalados.
– En el libro se trata la desindustrialización como consecutivo de esto y en el libro dice que “Villarejo a Abascal, pasando por Inda, son los herederos” de esta “putrefacción”. ¿Qué relación tienen y en qué influyen en nuestra realidad actual?
Porque en realidad lo que pasó en la época, con las políticas de reconversión y modernización industrial… Cuando hablo de modernización quiero referirme a privatización de forma encubierta para sufragar los costes que la empresa privada no era capaz de asumir en un proceso de crisis sistémica que se produjo en los 70 y que en los 80 tuvo que ser reconducido hacia dos cosas: la integración europea, con la pérdida de soberanía total, y la destrucción de la planta industrial, gran parte de la agricultura, a la vez que abría un proceso distinto de soberanía en todos los sentidos.
Esto, en esta inmensa política de reconversión de esas oligarquías, la oligarquía eléctrica, la oligarquía bancaria, aparecen aquellos que vinculaban su poder a otra parte del Estado, los aparatos de seguridad, las fuerzas de choque del Estado, que de una u otra forma había integrado este corazón del poder orgánico.
Del mismo modo no podemos entender el franquismo sin este pacto fundacional entre los que pagaron la guerra de Franco y con los cuales posteriormente tuvo que pactar un modelo de desarrollo de la industria, en la cual el estado no era ni siquiera un regulador, ya que todo acababa en manos privadas. Me refiero, por ejemplo en Bilbao, a los carlistas y falangistas, los Urquijo, los Oriol, los Ibarra… Mientras en toda Europa, cuando término la Guerra Mundial se empezó un proceso radical de nacionalización.
Estos acuerdos precarios fueron rediseñados, o reconvertidos, a través de Felipe González y su equipo, con el gran proyecto modernizador del 82 al 95, de tal forma que, la idea era que el Estado, la industria y la banca trabajaran en conjunto, con las diferencias que hubieran y que sirvió para, por ejemplo, la creación de la red eléctrica española. Pero este proyecto, también, al final, consistía en salvar, literalmente, a la banca de sus cargas, el peso pasado y de sus errores.
Por tanto esa vinculación, ese pacto, ese nuevo pacto, inicio, algo que con Aznar se complicó mucho más, porque permitió privatizar completamente las estructuras y permitir que unos cuantos tiburones de las finanzas, como Francisco González Rodríguez, tomaran el control absoluto de un banco en contra las viejas reglas de jerarquías entre poderes, incluso, de respeto entre poderes.
Eso se fue deteriorando y allí es donde, insisto, toma relevancia el papel de estos comisarios, de esta gente de inteligencia que estamos viendo, continuamente, que inician la guerra sucia en especial en la zona norte, la guerra antiterrorista digamos. Estos, por lo tanto, van tomando patente de corso, cada vez más, convirtiéndose en asesores y llegamos así a esa nueva gran privatización de empresas, liberadas de la carga del Estado, este Ibex 35, que con Aznar ya prácticamente está fuera del control, y se convierte en los organismos reguladores, en parte de sus negocios, pero poco a poco de esta especie de élite, de las cloacas, a fuerza de comisarios especiales. Figura encarnada por Villarejo y su red de amigos.
Estos entienden también, naturalmente, la cuestión clave, que, finalmente, si todo el mundo está usando las puertas giratorias y todo el mundo está al servicio de los caballeros de la banca y de la industrial es que la fuerza del Estado ya no existe más. El Estado queda al servicio de las corporaciones y lo que hicieron ellos, literalmente, es atreverse incluso a espiar a cualquier puesto público, a cualquier funcionario del Gobierno, a sabiendas de que esto, al final, la privatización de los servicios de seguridad era la regla en un contexto natural de ponerse al servicio de las corporaciones.
De una u otra forma, se llevó esto a un extremo total, incluso de poner a jueces, como Garzón, también a su servicio. Esta se convirtió en la forma natural, porque hay que entender que un juez, como lo fue Garzón, también salvó a un banco, junto a Villarejo, de un caso como el de las cuentas secretas. Ese caso hubiera permitido, cuanto menos, enjuiciar y sentenciar a unos banqueros, pero cuando nunca se lleva a prisión a un banquero acaba sucediendo que las personas entienden que quien paga manda y este no es realmente el Estado.
– ¿Este poder y sus “crímenes perfectos”, “han sido traspasados a fondos buitre “? ¿Son los fondos buitre un elemento para el uso y disfrute de la banca?
Hay que recordar que la socialización de pérdidas y la privatización del proyecto modernizador de Felipe González, incluía, y eso pasó a los gobiernos siguientes, la entrada en bolsa y el fin, aceptado, de la endogamia de la autarquía del capitalismo ibérico.
Esta estaba perdiendo toda la fuerza que tenía y una vez reconvertida tuvo que pensar y buscarse, como han hecho han hecho siempre, emprendimientos hidroeléctricos o socios internacionales. De una u otra forma la financiarización de la economía mundial y de los circuitos especulativos, incluyendo ya los tipos los tipos de bolsa, también marcó una mayor dependencia de los mercados de capitales, por tanto, cuando llegan dos los tipos de fondos de inversión o de gestión, algunos tan conocidos como Black Rock, toman posesión, indirectamente, del control accionarial en varios grupos muy importantes en la banca.
En este sentido, una vez, por cierto, la Unión Europea castigó el tipo de banca mixta, donde la banca comercial también participa de empresas energéticas, se prohíbe ese esquema, esos fondos de inversión acaban tomando un control, sobre todo a partir de la crisis, obviamente, de toda la carga del ladrillo, de la carga inmobiliaria tan fuerte, que digamos, fueron comprando a precio de amigos y es donde vemos, poco a poco, la diversificación de sus esquemas financieros.
La gente que ha trabajado para grandes bancos ha acabado operando, o acaban en el radar, de esos fondos, generalmente, de origen estadounidense. De ahí acaban definiendo y dirigiendo desde El País o Prisa, donde tomaron el control y ya sabemos hasta que punto eso supuso hasta el fin de la era Cebrián.
Se ha hecho un cambio, que no es total, porque hay que entender que el control siempre es indirecto y es bastante difícil, generalmente, que este tipo de accionistas, que ayudan a otros accionistas, tengan un papel preponderante en la gestión. La separación entre los gestores y los capitalistas que invierten técnicamente, es puramente, para una ganancia en dividendos. Ya no es importante y esencial la unión como lo era antes, por tanto, aunque obviamente ellos influyen, el poder ya no esté de forma directa en manos del viejo capitalismo ibérico.
Es difícil de entender, no se resume en que el poder se perdió completamente, pero la capacidad de control y autogestión que tenían los grandes gerentes, los grandes capitalistas, siempre con la cobertura del Estado, como la tienen aún hoy en día en las renovables, pero si hay un reacomodo y una una minusvaloración, dependencia, cada vez más de ese capitalismo ibérico Que aún tiene el control de partes importantes, repito, pero lo cierto es que habría que ver, en un futuro, si realmente esa disminución de poder real, de la soberanía del capital ibérico, interior y exterior, es constante y si realmente esos fondos de inversión en el capitalismo tendrá la capacidad final de decidir quemando así las empresas del IBEX35.
– En este proceso de privatización y externalización hay un elemento que también favoreció a la gran banca, el hecho de la consecución de desechar el concepto de expropiación, antes enarbolado por todo el prisma político. ¿Cómo y porqué sucedió? ¿Es importante recuperar ese concepto?
La expropiación de la banca es uno de esos temas que la izquierda, no solo de España, si no a nivel continental tenía clara hasta los 70. La idea era que, es evidente, si no existe una gran banca pública, separado completamente de los intereses privados, de la especulación en beneficio privado, era, y es, muy difícil tener un proyecto que pasara porque el Estado no estuviera siempre en manos de la misma gente. Esto es algo que definía, por ejemplo, el señor Ramón Tamames, del que ya sabemos que hoy en día abjura de cualquier cosa que dijera antes.
Dicho esto reaparecer y reintegrarnos en un tratado de libre comercio, como supuso la Unión Europea, la comunidad económica europea, la posibilidad remota de una nacionalización terminó desapareciendo de la realidad y de los discursos. Esto sucedió también porque la misma izquierda española, que tenía una base de discurso antimperialista, que luchó una gran batalla en el referéndum de la OTAN, hoy en día apoya intervenciones humanitarias de esa misma organización. Esto supone la misma o mayor perdida del concepto de soberanía.
A partir de ahí hemos caído, también, en el esquema de que es mejor regular lo privado que expropiarlo. Literalmente, la desaparición de este concepto del discurso limita mucho las posibilidades reales de pensar más allá del esquema de ese ordoliberalismo alemán, que es el que domina en la práctica todas las instrucciones de la Unión Europea y los Estados que deben ser regulados por ella. Esto consiste en un mercado completamente liberado de su deuda pública, pero eso sí, regulados por un conjunto de leyes y reglamentos que, en teoría, harán la vida mejor. Como sabemos lo único que sucede es que la banca, al convertirse el Banco Central Europeo en el único gran organismo que ajusta el flujo monetario y a través de la tasa cero, entre comillas, estamos asistiendo a una crisis permanente.
Esto está afectando gravemente los beneficios de la banca privada, pero indirectamente el hermano mayor está sacrificando al hermano menor que sobrevive gracias a las tasas de interés de la conquista bancaria de América Latina. Si seguimos los beneficios del BBVA estos dependen, exactamente, a la mitad de un solo país llamado México, donde finalmente la tasa de interés aún no es negativa y por tanto el manejo de la intervención financiera y el cobro abusivo de comisiones, las dos grandes bases del negocio bancario, siguen funcionando a la perfección, aunque, poco a poco, lo está limitando el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Habrá que ver si esto será posible hasta el punto de que el negocio en América Latina deje de ser lo suficientemente rentable para la especulación, pero en todo caso el gran problema de la banca acabaría al entender que solamente funciona cuando es pública.
Sobre esto pongo un ejemplo, la banca china. Los cinco grandes bancos públicos chinos son en gran parte lo que explica que haya escapado varias veces del ciclo de crisis recurrente, que existe en un mercado financiarizado a nivel mundial.
Esta discusión ahora no se da, ni en los mismos lugares donde existe la pérdida de soberanía que comportó el entramado de tratados de libre comercio, porque parece que se hace imposible debatir o pensar más allá de la resignación de la actual socialdemocracia. Esta socialdemocracia actual se espantaría de algunas de las prácticas de redistribución y nacional que llevó a cabo la vieja socialdemocracia entre los 50 y los 60.
– ¿Es posible establecer este debate? En este sentido, y en referencia a la socialdemocracia actual, en el libro se hace referencia a la Operación Chamartín. ¿Cómo se llegó a esto?
La Operación Chamartín fue un golpe certero y directo, casi a la yugular de ese gran movimiento complejo y delicado que nació en el 15 M, que llegó a conquistar la capital de España y que parecía que iba a marcar la diferencia. Cuanto menos, ya no sólo en el estilo de gobernar, sino en la vieja relación entre el ladrillo, la banca y las ciudades, qué fue la base del gran boom, la gran burbuja que estalló en el 2008, y que estamos pagando en una especie de continuo rescate financiero y con un modelo insostenibles y brutal. Este siempre acaba apoyando a ese mundo del Ibex 35, a esas redes de poder, que se generan desde las grandes constructoras de obra pública, ingeniería, banca y empresas de energía, que ha sido la única matriz real.
Entonces realmente, el hecho de que hubiera un Gobierno en Madrid, el de Carmena, que parecía que iba a cuestionar de nuevo ese modelo de desarrollo… Lo que se vio con Chamartín es el mismo modelo del pelotazo a gran escala, favorecido por las administraciones públicas.
Al final de cuentas, después de una larga periodicidad de negociaciones bajo mano con el BBVA, se acabó aceptando, acatando y legitimando ese modelo de desarrollo. Fue, cuanto menos, la constatación de que nadie quería avanzar más allá. Además fue un golpe moral, porque obviamente el gobierno municipal y algunos de sus gestores acabaron probando que no eran muy diferentes al viejo PSOE a la hora de negociar con los poderes fácticos.
Aunque obviamente vemos incluso en el actual gobierno de coalición un intento de pararle los pies a esos cárteles, pero lo que sucedió es que, desde entonces, la pérdida de apoyo popular, porque la nueva política era demasiado pareja a la vieja, no se avanzaba, no se rompía con los que siguen manejando el cotarro español, se fue pasando, poco a poco, de esa segunda transición a la segunda decepción, al segundo desencanto. Eso también permite que la fuerza de negociación de los poderes fácticos sea aún hoy en día casi intocable.
El margen de maniobra también es muy limitado, finalmente, todos sabemos demasiado bien lo que es el PSOE, y qué la única diferencia que podría existir entre PSOE y PP es que en la actualidad el PSOE aún le chirría el viejo orden nuclear y por eso le tira bastante el discurso del capitalismo verde. Son detalles que importan en algunas cosas y que permiten un cierto poder de negociación en el caso de Podemos, pero que son, finalmente, demasiado pocas y demasiado tarde.
En ese sentido Chamartín fue el inicio de la decadencia de un proyecto, el 15 M, que partía de unas premisas un poco ligeras, un poco efímeras y que aparte de luchar contra la corrupción y contra el régimen de la transición, el consenso no fue capaz de articular un discurso de ruptura. Este discurso quizás, en su momento, hubiera podido tener la fuerza necesaria para que ahora, por ejemplo, pudiéramos hablar de, por ejemplo, el fin de la monarquía.
Tras el desencanto, con la desesperanza, es muy difícil pensar, el plantearse el qué hacemos para destruir, incluso desde dentro, un sistema que acaba siendo el mismo. Es una terrible constatación, pero la verdad es que estamos donde estamos y es difícil pensar que se pueda cambiar. Al revés, lo que está viendo es una lenta reconstrucción de un régimen que nunca terminó del todo.