Por Natalie Thurtle, coordinadora médica de Médicos Sin Fronteras
“Una de las primeras víctimas a las que me toca atender se llama Aliya*. No deja de llorar mientras le quitamos los vaqueros con toda la delicadeza posible para examinarla. Tiene 12 años. Muestra un hematoma oscuro del tamaño del puño de un hombre adulto en la parte superior del muslo. Pero no ha sido un puño lo que se lo ha causado, sino una pelota de goma. A Aliya le han disparado una pelota de goma mientras paseaba con su madre cerca de casa.
Le pregunto cuánto pesa para calcular la dosis correcta de analgésico. Solo pesa 28 kilos y han disparado contra ella. No puede caminar y nos preocupa que tenga una fractura de fémur. La trasladamos al hospital para hacerle una radiografía.
Mi compañero Andy está cosiendo a un chico de 14 años, Walid*. Una pelota de goma le ha impactado en la cara a menos de un centímetro del ojo izquierdo. Por suerte, va a conservar la vista. A un chico que ha sido atendido por PRCS esta misma tarde lo han trasladado de urgencia al hospital y ha perdido el ojo izquierdo por una herida similar. No dejan de venirme ráfagas de imágenes de su herida mientras observo cómo Andy y Rajah, otro de nuestros compañeros de PRCS, reparan con mano experta el joven rostro de Walid. Nadie acompaña a Walid. Tiene que pasar varias horas en observación en el Punto de Estabilización de Traumas y nadie ha podido venir a acompañarlo. Me pregunto si la persona que le ha disparado esa pelota de goma ha pensado en las consecuencias de perder un ojo a los 14 años.
El iftar, la comida que marca el final del ayuno diurno durante el Ramadán, llega con la puesta del sol. Es un momento tranquilo en el que comemos todos los compañeros juntos.
Después, no dejan de venir las ambulancias. Llegan 15 pacientes en diez minutos. Mi equipo trabaja rápida y eficientemente para tratar a todos e identificar a los que tienen que ser trasladados al hospital. Atendemos a un paciente con metralla incrustada en el cuello, a otra persona con un pulmón colapsado tras ser apaleado con la culata de un rifle, a un anciano cuya contusión craneal y pérdida progresiva de la conciencia nos hace sospechar de una hemorragia cerebral, etc.
El ambiente huele a águas fétidas. La policía israelí utiliza una sustancia química que huele a una mezcla de excrementos y carne podrida y la dispara desde sus cañones de agua. Maha*, una joven con hijab, acaba de llegar y la están metiendo a toda prisa en un cubículo para tratarla. Una pelota de goma le ha golpeado en la nalga, se lesionado un codo en la caída y, todavía en el suelo, la han rociado con el cañón de aguas fétidas. Ahora tiene empapada la cara, el hijab y la ropa. Ha vomitado porque el hedor es muy intenso. Le han arrebatado toda su dignidad. Es tarde y me pican los ojos, que están empañados en lágrimas, en parte por el olor y en parte por lo que veo. Me recompongo y la tratamos.
Llega una tregua en nuestro trabajo y nos enteramos de que están restringiendo el paso de las ambulancias a ciertas partes del casco viejo de la ciudad. Inevitablemente, nos preguntamos si habrá pacientes que nos necesitan y no pueden venir. La duda se resuelve pronto, cuando llega otra oleada de pacientes. Seguimos hasta que llega otro equipo de MSF para hacernos el relevo, pero nuestros compañeros de PRCS no pueden parar. Y seguirán toda la noche si es necesario.
No puedo subestimar el trabajo increíble que están realizando los paramédicos con los que trabajamos. Llevan días tratando a las víctimas de esta ola de violencia y muchísimos años gestionando las necesidades prehospitalarias de este sector vulnerable de la población. No tengo palabras para describir la importancia de su trabajo y la resiliencia y la luz que nos aportan.
El relato de que las víctimas de esta violencia se lo han buscado es mentira. Las personas a las que estoy tratando son niños, mujeres y hombres como mi familia y yo. Son seres humanos, pero resulta que son palestinos.
*Todos los nombres de los pacientes han sido modificados.
Tengo un conflicto ético de primer rango. Como hija de nazis no puedo ser antisemita pero cuando observo la política de Israel no tengo otro remedio que sentir mi más profundo rechazo de la falta total de humanidad de estas personas que deberían saber lo que se siente cuando te quitan todo: tu integridad física y ética, tu dignidad y te hacen objeto de sadismo puro. !Que asco me dan!
Ser nazi y/o hija de nazi no exime a nadie de leer y conocer Historia, informarse y opinar con rigor. Est@s nazis y/o hij@s de nazis sí me dan verdadero asco.
¿Qué hacen niños en medio de zonas de conflictos?¿Han denunciado a sus padres por abandono?