@mcvollenweider @Ava_GD

¿Por qué está en prisión este hombre? Si hasta hace unos años era un ejemplo de estadista, un ejemplo para región y para el mundo –la revista Time le dedicó en su momento una portada elogiosa–. Los empresarios brasileños y extranjeros se golpeaban las manos con sus intervenciones: “que hombre tan sabio, que capacidad de articulación de intereses”, “justo lo que Brasil necesita, más en este país, con todas las diferencias que hay”. Los medios de comunicación tradicionales publicaban sin escamotear sus altos índices de popularidad, lo invitaban a sus celebraciones, ponían las mejores fotos en la portada; la clase política lo imitaba y lo acompañaba en bloque. Lula sabía que podía formar otra sociedad, otro país, otro Brasil posible, otra idea de Brasil: “soy una idea, una idea mezclada con las ideas de ustedes” dijo antes de entregarse. La tregua con él duró unos años, pero volvieron a la carga porque se dieron cuenta de que Lula significó:

Que la riqueza del petróleo puede ser para los pueblos. Si hay un momento de quiebre en la relación de Lula con EE. UU. y otros países centrales es cuando se modificaron los marcos regulatorios de la explotación de petróleo de los campos de pre-sal. Coincide justo: a partir del 2010 toda esa “simpatía” por Lula comienza a declinar. Brasil pasaba a convertirse, con los descubrimientos de los yacimientos, en uno de los mayores exportadores del mundo, definidor de los precios de cotización. Entre 2003 y 2014, Petrobras lideró un salto cualitativo en la industria del ramo sin precedentes y logró financiar el mayor plan de exploración de petróleo del mundo (US$224.000 millones para el período 2010-2014).

Que la política puede modificar desigualdad racial. No es un imposible revertir la desigualdad racial en un país como Brasil (el país fuera de África con más población negra del mundo); eso sí, requiere constancia y osadía en las medidas a ser realizadas. Se requiere el desarrollo de un pedagogía cultural (Lula en cada acto, en cada conversación pública, colocaba ese punto en la pauta de sus mensajes: el mercado laboral está atravesado por la herencia de un pasado colonial); de nuevos diseños institucionales,  (como la Secretaría de Políticas de Promoción de la Igualdad Racial y el Estatuto de la Igualdad racial); y una batería de políticas públicas que impidan la reproducción de una dialéctica histórica sustentada en espacios sociales de desarrollo personal con destaque para blancos y no para negros, mulatos y mestizos (como el PROUNI, que permitió un cambios sustantivos de la posibilidad de la Universidad para todos).

Que se puede hacer una diplomacia solidaria y multipolar. Con él se terminaron las relaciones diplomáticas de manejo delicado con los países centrales y desinteresadas y abusivas con los países más pobres. Con Lula se desarrolló la solidaridad como principio del vínculo entre los Estados, como con Bolivia al momento de su nacionalización de los hidrocarburos, como con la red de convenios que se estableció con los países africanos, los intercambios con Cuba, entre tantas otras medidas. Promovió la creación del UNASUR y, luego, cuando Brasil ingresa a los BRICS y el país se convierte en un actor fundamental de la geopolítica mundial, la irritación con la proyección de la figura de Lula se vuelve insoportable.

Que se puede terminar con el hambre. Una de las cuestiones claves que Lula logró terminar en Brasil es el hambre. El programa Bolsa Familia es reconocido internacionalmente por haber conseguido que aproximadamente 29 millones de personas lograran salir de la pobreza y con ello la clase media pasó a ser el 51 % de la población. En ese período (2004/2014), hubo un 60 %  de reducción de la pobreza, y un 75 % de la pobreza extrema. Según cálculos realizados por el prestigioso Instituto de Pesquisa Económica Aplicada (IPEA), si Brasil hubiera seguido con ese ritmo y extensión de la política social, en pocos años se alcanzarían índices de pobreza propios de países desarrollados.

Que alguien que viene del pueblo puede ser un excelente administrador. No es cierto que Brasil sólo puede ser gobernado por sus élites; todo lo contrario. Los números macro y microeconómicos de su Gobierno no resisten las acusaciones de irresponsabilidad e inutilidad. Lula, ese hombre que no tenía diploma ni hablaba inglés hizo, en términos económicos, la mejor presidencia de la historia brasileña: logró estabilizar la economía, lo que le permitió crecer a un ritmo promedio de 4,1 % anual, pagar toda la deuda del país con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y reducir la tasa de desempleo, que pasó del 10,5 % en diciembre de 2002 al 5,7 % cuando terminan sus mandatos.

Lula significa estas cosas, entre muchas otras. Por eso no lo soportan. Le entregaron una tregua por unos años hasta que se dieron cuenta de lo que Lula había generado y lo que puede generar.

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