Iria Bouzas

nuestra pobre autoestima vive acosada y acorralada intentando sobrevivir a todos los depredadores que la rodean

He vuelto a subir de peso. ¡Tengo que adelgazar antes de ir a casa a ver a mi familia!

El otro día me asaltó ese pensamiento, y desde entonces no he parado de darle vueltas al tema de la autoestima.

Necesito que me quieran. Y es algo que necesito y lo necesito desesperadamente, además.

No me hace falta que me protejan, ni que nadie luche mis batallas. Ni busco ni acepto ningún tipo de supervisión y muchísimo menos tolero paternalismos.

Pero necesito que me quieran.

Puedo enfrentarme al mundo si es necesario, ser indiferente a sus desprecios e incluso a su odio, pero la fuerza para soportar ese rechazo proviene de la certeza de que hay una pequeña parte de la humanidad, aquellos a los que quiero, que también me quieren a mí.

Y aquí es donde el pensamiento que he tenido sobre mi peso, ha hecho saltar algo dentro de mi cabeza que no ha dejado de rebotar hasta que me he decidido a darle una vuelta.

La autoestima se empieza a construir desde que nacemos. La atención y el cuidado que recibimos mientras somos bebés, los mensajes que nos llegan en nuestra infancia o la relación que establecemos con el mundo en nuestra adolescencia son vitales para su correcta formación.

Pero estamos equivocados si pensamos que el desarrollo del concepto que tenemos de nosotros mismos, se queda formado y fijado inamovible en las primeras etapas de nuestra vida.

Vivimos acosados por una realidad social que está configurada para destruir nuestra autoimagen transmitiéndonos todas las variantes de un mismo mensaje perverso: “No somos lo suficientemente buenos”

Por un lado, la sociedad nos acosa, no somos lo suficientemente buenos, guapos, jóvenes, delgados, gordos, ricos o talentosos. Incluya usted el adjetivo que le apetezca en esta lista y verá que encaja.

De hecho, si lo piensa, para parte de la población es totalmente necesario que usted no sea lo suficientemente bueno. Esa es la mejor manera de tenerlo esclavizado produciendo y consumiendo con la promesa falsa de que así llegará a obtener el ansiado estatus de “apto” que por fin le otorgará la aceptación y el aprecio del resto de personas que componen su realidad.

Por otro lado, en nuestra relación con los demás, nos encontramos continuamente con vampiros que pretenden alimentarse de nuestra autoestima. Personas que buscan compensar su déficit personal a base de minar la nuestra. Personas que, con o sin intención, nos maltratan los cariños encargándose de recordarnos a cada paso que damos, lo miserables que somos y lo poco merecedores de existir que hemos nacido.

Así que, nuestra pobre autoestima vive acosada y acorralada intentando sobrevivir a todos los depredadores que la rodean.

Llevo tres meses sin ver a mi familia y a mis amigos de Vigo. Tres meses sin hablar con ellos cara a cara. Sin abrazarles, y sin ver si les brilla o no la mirada.

Tres largos meses en los que no he estado físicamente en sus vidas y ellos no lo han estado en la mía.

¿Qué clase de diablo estúpido y malintencionado me ha susurrado al oído que necesitaba adelgazar para ser digna que los que siempre me han querido, sigan haciéndolo?

Hay que luchar contra esta plaga de destrucción de la autoestima como se hace contra cualquier otra pandemia.

Pero no cuenten con las farmacéuticas ni con las autoridades sanitarias para este cometido.

Recuerden que todos los que tienen o desean el poder, le necesitan a usted esclavizado, y nada mejor que mantenerle luchando contra usted mismo para evitar que dedique su tiempo a luchar contra los atropellos que ellos cometen.

Esta lucha, como todas las importantes, se hace de forma horizontal. Con personas que luchan junto a otras personas.

Quiéranse, pero también ayuden a los demás a que lo hagan. No les juzguen, no les dañen, y si se ven capaces, refuercen su luz.

No sean vampiros de la autoestima ajena y verán como de alguna extraña manera, la suya se verá recompensada.

Mientras tanto yo seguiré por ahí peleándome con el mundo.

Algo que puedo hacer porque sé que quienes me quieren lo seguirán haciendo simplemente porque soy yo y punto.

Y si al fin, todo falla, hay un cariño con el que podré contar hasta el final de mis días.

¡El mío!

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