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Racismo, tecnología y poder: el trumpismo se quiebra antes de arrancar su segunda legislatura por Elon Musk y las visas H1B

La disputa interna expone las contradicciones del trumpismo al enfrentarse con las élites tecnológicas y sus intereses globalistas.

El trumpismo, sustentado en una retórica nacionalista y xenófoba, se enfrenta a una crisis interna provocada por las ambiciones de Silicon Valley. Elon Musk, uno de los iconos del capitalismo tecnológico, ha avivado las tensiones al abogar por la eliminación de los límites en las visas H1B, diseñadas para atraer a trabajadores altamente cualificados del extranjero. Estas visas, de las que el 70 % van a manos de ingenieros indios, son una herramienta indispensable para las grandes tecnológicas como Tesla, Google o Amazon, que dependen de este talento global para sostener su liderazgo.

“Yo voté a Donald Trump, no a los millonarios de la tecnología”, declara Laura Loomer, activista ultra y voz prominente dentro del trumpismo. Para Loomer y otros como ella, los inmigrantes —sin importar su formación o contribución económica— representan una amenaza. Sus comentarios racistas contra los trabajadores indios, tachándolos de “fraudulentos” y “carentes de civilización básica”, evidencian una perspectiva que niega cualquier matiz. En este enfrentamiento, el trumpismo choca con los intereses de las élites que dice representar.

Mientras tanto, Musk defiende su postura con un discurso que compara la contratación de talento global con el fichaje de estrellas deportivas: “Si quieres que tu equipo gane, tienes que contratar al mejor talento, sin importar de dónde venga”. Este pragmatismo empresarial, sin embargo, choca con la base trumpista, que reclama empleos para estadounidenses y critica la dependencia de mano de obra extranjera en sectores de alto rendimiento.

La ironía subyace en el hecho de que Musk, nacido en Sudáfrica, construyó su carrera en Estados Unidos gracias a una visa H1B. Aun así, ni Musk ni otros líderes tecnológicos muestran empatía hacia los más de 10 millones de inmigrantes indocumentados que sostienen sectores vitales como la agricultura o la construcción. Para ellos, el valor del trabajo parece depender del nivel de especialización y no del aporte real a la economía.

TRUMP, MUSK Y LA LUCHA POR EL CONTROL DEL NARRATIVO MIGRATORIO

Este conflicto no es solo ideológico; también es una batalla por el poder dentro del trumpismo. Musk, recién llegado al círculo trumpista tras apoyar a Hillary Clinton y Joe Biden en elecciones pasadas, ha ganado rápidamente influencia gracias a sus aportaciones económicas y su capacidad de moldear narrativas en redes sociales. “Los millonarios de la tecnología no pueden simplemente entrar en Mar-a-Lago y reescribir nuestras políticas migratorias”, protesta Loomer, aunque la realidad parece contradecirla.

El enfrentamiento también desnuda la hipocresía del propio Trump, quien ahora declara estar “a favor de las visas” después de haber demonizado sistemáticamente a los inmigrantes durante su primera campaña y mandato. Este giro podría deberse más a la presión de sus nuevos aliados en Silicon Valley que a una convicción real. El mensaje es claro: los intereses económicos de las élites prevalecen incluso sobre las bases ideológicas que movilizaron al trumpismo.

La inclusión de figuras como Vivek Ramaswamy, empresario de origen indio, en la órbita de Trump añade más leña al fuego. Ramaswamy no solo apoya las visas H1B, sino que critica la cultura estadounidense por “venerar la mediocridad” y priorizar la diversión sobre el esfuerzo académico. Este tipo de moralina choca frontalmente con el populismo cultural que define al trumpismo, alienando aún más a sus bases.

En paralelo, Musk ha comenzado a extender su influencia más allá de Estados Unidos, provocando un revuelo en Alemania a pocas semanas de sus elecciones. Su capacidad para intervenir en las políticas migratorias y tecnológicas de otros países refleja el alcance global de su poder, pero también evidencia cómo las luchas internas del trumpismo están lejos de ser exclusivamente un fenómeno estadounidense.

A medida que Trump se prepara para regresar a la Casa Blanca, las preguntas se multiplican: ¿prevalecerán los intereses de Silicon Valley sobre el populismo xenófobo? ¿Tolerarán sus seguidores esta contradicción o será esta fractura la que finalmente debilite su movimiento? El trumpismo, que se alimenta de la indignación, podría estar a punto de enfrentarse a su mayor desafío: reconocerse a sí mismo como un cómplice más del sistema que prometió combatir.

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