El brutal asedio de Israel contra Gaza ha tomado un nuevo giro con la implicación directa de empresas tecnológicas de Silicon Valley
El reciente informe de la plataforma No Tech for Apartheid ha puesto en evidencia la complicidad de gigantes tecnológicos como Amazon, Google y Microsoft en la campaña genocida contra el pueblo palestino. Estas empresas, que en teoría deberían estar comprometidas con la innovación y el progreso, han decidido alinear sus intereses con una maquinaria de guerra que, desde hace más de diez meses, ha costado la vida de más de 40,000 personas en Gaza. Es un acto que va más allá de la mera colaboración; es una traición a los principios fundamentales de los derechos humanos.
Y es que el asedio de Israel contra Gaza ha tomado un nuevo giro con la implicación directa de empresas tecnológicas de Silicon Valley, cuya infraestructura ha sido aprovechada para llevar a cabo acciones que muchos califican como genocidas. La tecnología de punta que podría utilizarse para el desarrollo y el bienestar social está siendo empleada para fines destructivos y represivos, exacerbando el sufrimiento de la población palestina.
PROYECTO NINBUS
Amazon, Google y Microsoft han construido una infraestructura tecnológica robusta que está siendo utilizada para la guerra y contribuye directamente a la destrucción del pueblo palestino. Amazon Web Services (AWS) ofrece a las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) una capacidad de almacenamiento prácticamente ilimitada, donde se recopilan y gestionan datos masivos. Esta nube no es simplemente un repositorio de información, sino una herramienta que facilita la gestión y recuperación de datos esenciales para las operaciones militares. Los datos almacenados incluyen imágenes satelitales, comunicaciones interceptadas y otras formas de inteligencia que permiten a las FDI seleccionar y atacar objetivos en Gaza con una precisión letal.
Google y Microsoft por su parte han contribuido con tecnologías avanzadas de inteligencia artificial y aprendizaje automático. Estos sistemas son capaces de analizar grandes volúmenes de datos en tiempo real, identificando patrones y prediciendo comportamientos que luego son utilizados para coordinar ataques militares. Por ejemplo, los algoritmos pueden determinar los movimientos de grupos de personas o identificar ubicaciones clave basadas en la densidad de datos recopilados. La inteligencia artificial, en este contexto, no es simplemente una herramienta de análisis, sino un actor activo en la maquinaria de guerra.
El Proyecto Nimbus, un contrato multimillonario entre Google, Amazon y el gobierno israelí, es un ejemplo de cómo estas tecnologías están directamente implicadas en la ocupación y el control de territorios palestinos. Este proyecto facilita el acceso a tecnologías en la nube, no solo para almacenar datos, sino también para implementar soluciones de inteligencia artificial y análisis de datos que refuerzan la capacidad de vigilancia y represión de las FDI. La implementación de estos sistemas ha permitido que el aparato militar israelí funcione con una eficacia sin precedentes, llevando la opresión a un nivel más sofisticado y automatizado.
Además de su uso directo en operaciones militares, la infraestructura tecnológica proporcionada por estas corporaciones también se emplea para mantener un sistema de vigilancia y control sobre la población palestina. Las plataformas en la nube de Amazon y los servicios de datos de Google permiten a las autoridades israelíes recopilar y analizar información sobre cada aspecto de la vida diaria en los territorios ocupados. Esto incluye desde monitorear comunicaciones personales hasta rastrear movimientos físicos a través de cámaras y otros dispositivos de vigilancia conectados a la red.
Esta vigilancia masiva no solo tiene un impacto devastador en la privacidad de los palestinos, sino que también facilita el control social y político. Las tecnologías que se utilizan para segmentar poblaciones, restringir movimientos y anticipar acciones disidentes permiten a Israel mantener un control férreo sobre los territorios ocupados, haciendo que cualquier resistencia sea prácticamente imposible. La recopilación de datos biométricos y el uso de algoritmos para perfilar y predecir comportamientos han convertido a la población en sujetos de un experimento de control social a gran escala.
En este contexto, las empresas tecnológicas no solo proveen las herramientas, sino que también están directamente involucradas en su implementación y mejora continua. El beneficio económico obtenido de estos contratos manchados de sangre es una muestra clara de cómo el capitalismo tecnológico puede convertirse en un cómplice activo de la represión y la violencia.
La infraestructura tecnológica que Amazon, Google y Microsoft han puesto al servicio del gobierno israelí representa uno de los casos más inquietantes de cómo las herramientas creadas para el progreso pueden ser pervertidas para causar sufrimiento y muerte. La responsabilidad de estas empresas en el conflicto israelí-palestino va más allá de la mera provisión de servicios; están directamente involucradas en la perpetuación de un sistema que viola los derechos humanos a una escala masiva.
TRABAJADORES POR LA JUSTICIA
Dentro de los muros de estas gigantescas corporaciones tecnológicas, una lucha silenciosa pero poderosa ha comenzado a tomar forma. Trabajadoras y trabajadores conscientes, motivados por principios éticos y un profundo sentido de justicia, han empezado a cuestionar y resistir la complicidad de sus empleadores en actos que consideran inaceptables. Esta resistencia interna es una de las formas más impactantes de oposición, ya que emerge desde el corazón mismo de las operaciones de estas empresas.
La cultura corporativa en estas multinacionales tecnológicas tradicionalmente ha sido una de enfoque en la innovación y los beneficios, a menudo aislada de las consecuencias éticas de sus decisiones. Sin embargo, en los últimos años, un número creciente de empleadas y empleados ha comenzado a desafiar esta narrativa. Lo que estamos viendo es un despertar de una conciencia colectiva que se niega a ser cómplice del uso de la tecnología para oprimir y matar.
Este cambio no ha sido fácil ni inmediato. Los trabajadores y trabajadoras han tenido que superar una cultura de silencio y conformidad, enfrentando a menudo represalias y el riesgo de perder sus empleos. A pesar de estas dificultades, se han organizado para protestar, alzar la voz y demandar cambios significativos en la forma en que sus empresas operan. Estas acciones han tomado la forma de cartas abiertas, peticiones internas, y en algunos casos, hasta renuncias en masa como muestra de protesta.
Uno de los ejemplos más notables de esta resistencia interna fue la campaña llevada a cabo por empleados de Google contra el Proyecto Maven, un contrato con el Departamento de Defensa de los Estados Unidos para el desarrollo de inteligencia artificial destinada a mejorar la precisión de los ataques con drones. La presión interna, a través de cartas abiertas firmadas por miles de empleados y la renuncia de varios en protesta, llevó finalmente a Google a no renovar el contrato. Este caso se convirtió en un símbolo del poder que los trabajadores organizados pueden tener para influir en las decisiones corporativas.
En Amazon, la situación no ha sido diferente. Las y los trabajadores han expresado su profunda preocupación por la complicidad de la empresa en diversas prácticas opresivas, desde la colaboración con ICE hasta su papel en la vigilancia masiva de comunidades a través de productos como Ring. La protesta dentro de Amazon ha sido continua, y aunque la empresa ha respondido con medidas punitivas contra algunas de las y los organizadores, el movimiento no ha retrocedido.
Microsoft también ha visto una creciente movilización interna. Empleadas y empleados han cuestionado los contratos con el ejército israelí y otros gobiernos represivos, exigiendo transparencia y responsabilidad corporativa. La presión constante ha llevado a Microsoft a reconsiderar algunos de sus contratos y a comprometerse con una mayor supervisión de sus relaciones comerciales, aunque estos compromisos a menudo han sido vistos como insuficientes por las y los trabajadores.
RESISTENCIA
La resistencia interna en estas corporaciones no solo es significativa por los cambios que ha logrado, sino también por el mensaje que envía al resto del mundo. Estas acciones demuestran que las personas dentro de las estructuras de poder tienen la capacidad y el deber de influir en las decisiones que impactan negativamente a millones de personas. El poder de la acción colectiva es inmenso y puede forzar a las corporaciones a reconsiderar sus estrategias, especialmente cuando el costo reputacional y moral se vuelve demasiado alto para ignorar.
A pesar de estos avances, la urgencia de la situación demanda una acción aún más decidida y sostenida. La violencia y la represión que estas tecnologías facilitan no pueden esperar a que las corporaciones decidan actuar por su cuenta; es necesario intensificar la presión. Las trabajadoras y trabajadores de estas empresas necesitan el apoyo de la sociedad civil, de las organizaciones de derechos humanos, y de los consumidores, quienes deben exigir que estas corporaciones adopten políticas éticas y responsables.
El boicot y las campañas públicas contra estas empresas son una herramienta poderosa que puede complementar la resistencia interna. Las y los consumidores tienen un papel crucial que jugar, eligiendo conscientemente a qué empresas apoyan y presionando para que se realicen cambios. La historia ha demostrado que la combinación de presión interna y externa puede llevar a cambios significativos en la conducta corporativa. Está en nuestra mano.