Leyendo el artículo publicado en Público el 6 de Diciembre por el Vicepresidente segundo del Gobierno de España y, a la vez, líder de la cada vez más Partido y menos coalición bicéfala Unidas Podemos, uno llega a diversas conclusiones que, no por esperadas, dejan de clarificar su proyecto político. Lo deja claro, sin espacio de duda para nadie que sepa leer no ya entre líneas, sino sobre la literalidad de lo escrito.
Pablo Iglesias con su proclama constitucional republicana presenta la candidatura de un nuevo bloque socialdemócrata para el gobierno de España encabezado por UP y conformado con la suma aritmética del acuerdo programático con las diversas fuerzas socialdemócratas nacionalistas presentes y futuras. Un bloque parlamentario que renuncia al sorpasso al PSOE, pero que se articula con inequívoca voluntad de gobierno central y autonómico, en un posible próximo nuevo tiempo constitucional que, sin alterar las bases materiales de la formación social española, dé por superados a determinados elementos centrales del poder burgués durante estos últimos 42 años.
Tránsito que se reivindica de un fracaso, y que se limita a proponernos un cambio de liderazgo en la fracción dominante de la oligarquía para sustanciarlo, y su servil aceptación por un difuso bloque pequeñoburgués. Nos dice que el anterior modelo “tuvo unos protagonistas empresariales que quisieron que la monarquía fuera su marca y su embajadora. Hoy es una evidencia que España necesita nuevos talentos emprendedores más modernos, más representativos de los territorios del Estado y de los sectores más avanzados y comprometidos socialmente” Es solo aquí cuando habla en términos de clase y lo hace para confirmar que, en su constitucionalismo republicano, solo la burguesía puede ocupar la posición dominante. Resuelve con esta afirmación, de la que quedan excluida la clase obrera y los sectores populares, el enigma de quién debe tomar por asalto el cielo de los Consejos de Administración.
Pese a nombrarla, ignora, desconoce o menosprecia la verdadera emergencia social que vive nuestro pueblo y se limita a situarla en un horizonte idealista de unidad bajo “la bandera más hermosa que nos une como país es el uniforme de los profesionales sanitarios”. La gravedad de las colas del hambre, de las personas viviendo en la calle y de tasas de paro y precariedad insoportables para el conjunto de los trabajadores, pero muy especialmente para las mujeres y la juventud, no soporta ya más verborrea de quien promete sabiendo que no se cumplirá lo anunciado. En tiempos de crisis las mentiras de la gestión socialdemócrata tienen las patas muy cortas; chocan con la realidad presupuestaria y la inoperancia burocrática de un Estado formado para regar con decenas de miles de millones de créditos ICO a la patronal, pero incapaz de gestionar el Ingreso Mínimo Vital o los expedientes del SEPE. Parafraseándole en su terminología mitinera fundamentada en Laclau y Barrio Sésamo, podemos afirmar que los de abajo siguen más abajo y los de arriba de mudanza en el ático exclusivo del poder de una oligarquía, cada vez más monopolística y concentrada, que anda buscando los gestores más adecuados para otros 40 años de estabilidad en el poder. No olvide el Vicepresidente del Gobierno de España que mientras él anda gestionando la salida más avanzada a la crisis de poder de los de arriba, por debajo algunos seguimos empecinados en hacer estallar la crisis política y social revolucionaria de los de abajo que ya no deberían seguir soportando más tiempo vivir bajo el yugo de un sistema que, en sus dos versiones –socialdemócrata o neoliberal-, le somete a una explotación creciente en la que la única certeza que le queda es que las futuras generaciones vivirán en muchas peores condiciones que nosotros y nosotras.
Igualmente, el orgullo de formar parte de un gobierno progresista que acaba de aprobar el presupuesto con “el mayor nivel de inversión en servicios públicos y derechos sociales de nuestra historia“ que “ prefigura un proyecto de país; una España con más justicia social”, le hace olvidar el compromiso firme de su gobierno con la pertenencia de España a la Unión Europea -€, BCE, Tratado de Schengen, Frontex…- la OTAN, el incremento de gasto militar, la presencia de bases norteamericanas o la Ley de Extranjería y la Ley Mordaza. Es muy probable que para un gestor de tan altos vuelos como él, estos puedan ser asuntos secundarios, pero para quienes, además de anidar valores solidarios y de paz, pagamos impuestos y, al mismo tiempo, padecemos recortes y privatizaciones en sanidad, educación o cultura, no es un asunto baladí que este 2020 el gasto militar en España vuelva a superar los 20.000 millones de €.
Igualmente al reivindicar “un horizonte republicano como punto de llegada del debate que se ha producido a lo largo de la historia en las fases de progreso democrático en España” sitúa con claridad que la meta de quien muy injustamente es acusado de comunista por el facherío ultramontano de este país, no aspira más que a un modelo jacobino de democracia liberal en el que, por encima de cualquier otro valor y consideración, siempre quedará consagrada la libertad de explotar para quienes dispongan de la propiedad de los medios de producción y cambio.
Pero para no seguir alargando más el hilo de las innumerables afirmaciones con las que el autor clarifica su posición, y la de sus subsumidos socios de IU y el PCE, queremos cerrar estas líneas con la nausea democrática que producen dos afirmaciones del texto:
Por un lado la de que “Juan Carlos era la única garantía para evitar un golpe de Estado y construir la democracia”. Su olvido de que solo la movilización de una clase obrera y un pueblo dispuestos a acabar con el franquismo, fueron el ariete que abrió el espacio de un escenario ejemplar de lucha de clases, finalmente traicionado por los claudicantes firmantes de los Pactos de la Moncloa y la Constitución monárquica, lo define con claridad. Todos ellos, encabezados por el PCE eurocomunista, cumplieron la misión de que “España se convirtiera en una democracia homologable con las que fundaron la Comunidad Europea” y quedaran enterradas las banderas rojas del poder obrero y el Socialismo.
Por otra, la reivindicación maniquea de quienes se “jugaron jugaron la vida y la libertad para devolvernos la democracia”, ocultando la militancia comunista y anarquista de la gran mayoría de ellos y ellas, le hace partícipe de la falsa historiografía dominante, y los entierra de nuevo, al aparcar de forma expresa el conflicto de clases para desnaturalizar la realidad y convertirla en una alienante sucesión de gobernantes mejores o peores. Como cínicamente reconoce al final del artículo, su lucha es por “una nueva república, que seguramente será diferente de la que ellos soñaron”; por tanto, no los mentes en falso.
Iglesias, como Carrillo o Felipe González, es parte de los problemas de la clase obrera y los pueblos de España.
Julio Díaz – Secretario General del PCPE.