Federico Parra Rubio

Claro, conciso y combativo. Con esos tres adjetivos calificaría Ochenta sombras de Marx, Nietzsche y Freud. En este libro es fácilmente reconocible la firma de Juan Manuel Aragüés, quien habla aquí con voz (im)propia a través de las figuras de los autores y autoras que nos da a conocer. Este texto da continuidad al que es ya un largo recorrido de investigación y docencia enfocado al análisis y la subversión de la coyuntura política contemporánea y de sus presupuestos filosóficos. En este caso, el autor nos ofrece una colección de ochenta filósofos y filósofas expuestos con gran brevedad (dedicando un espacio de entre dos y tres páginas a cada pensador/a) cuyos ecos recorren los discursos más importantes de nuestra contemporaneidad.

Para intervenir con acierto la realidad se vuelve necesario ver a través de ella, es decir, levantar acta de las fuerzas y poderes que subyacen a los fenómenos y obran bajo la superficie. En este sentido, no es de extrañar que Marx, Nietzsche y Freud  —los así llamados “filósofos de la sospecha”— sean la matriz de interpretación preferida por el autor. La apuesta de estructurar el libro como un diccionario de sombras pone en práctica y comparte este mismo gesto a la manera de una genealogía de influencias y devenires, de deudas más o menos reconocidas por estas figuras. Sin embargo, no se trata solo de encontrar un hilo existente entre los autores y autoras presentados —lo que puede estar más o menos autorizado—, sino, de forma aún más importante, de tender puentes entre sus pensamientos. Puentes entre Lordon y Negri, entre Lukács y Sartre, entre la abeja y la orquídea. Un movimiento de ir y venir continuo que, sin embargo, no se cierra sobre sí. Un diccionario, desde luego, pero un diccionario que nos insta a mirar también la realidad exterior a él, a poner en práctica lo que podemos leer en él. Una suerte de diccionario vuelto hacia fuera.

Útil y asequible incluso para el más debutante, no encontraremos aquí referencias al duodécimo volumen de las obras completas de algún idealista alemán. No se trata de un tour de force erudito ni de una elaboración complicadísima e inaccesible sino de un despliegue sencillo de pensamientos actuales relevantes. Esto se agradece especialmente, puesto que la sencillez expositiva no es necesariamente el rasgo distintivo de algunas figuras presentadas y cuyos planteamientos, sin embargo, se hace tan necesario comprender (Deleuze, Derrida, Spivak y un largo etcétera). En este sentido, presiento que estamos ante un libro sobre el que se puede volver con frecuencia a título introductorio. Y esto es, insisto, un rasgo positivo. Hacer accesibles herramientas nuevas para el análisis debe ser un imperativo de democratización del conocimiento y de cualquier política antagonista y subversiva. En este sentido, no reseño aquí nada que no se advierta en las primeras páginas del libro, donde se declara la guerra al hermetismo y oscurantismo que tantas veces se atribuye a la filosofía. Por mi parte, tan solo puedo confirmar decididamente que el objetivo queda, en efecto, cumplido. La escritura es clara y concisa, sin restar por ello al afecto que atraviesa la pasión del autor por la filosofía, que queda aquí perfectamente transmitida.

Toda lectura es una apuesta, y Aragüés hace clara la suya: filósofos y filósofas en la senda de la sospecha. Pero, ¿por qué no sospechar de ello también? A medida que avanzaba en la lectura me preguntaba si no sería negociable la selección (pienso por encima de todo en autores como John Rawls y Karl Popper). Poco importa. El libro toma y retoma direcciones que pueden despertar mayor o menor interés en aquél o aquella que se aproxima a ellas, pero el atragantamiento puntual con tal o cual figura no impide la fertilidad del resto ni obstaculiza su relevancia. Esta estructura —en efecto rizomática— hace del propio libro un interlocutor bastante más humano y cercano de lo que la escritura académica nos tiene acostumbrados. Hay algo de exquisito en esta disposición. Es como si, con la amabilidad que caracteriza su escritura, el autor nos diera a probar un sorbo de cada filósofo y filósofa. Nos permite degustar sus tesis y echar una mirada fugaz —las mejores miradas lo son— a las preguntas y asuntos que inquietan su pensamiento. Lo suficiente como para alimentar nuestra intriga pero lo justo como para no saciar nuestra curiosidad. Esta es, a mi parecer, la mayor virtud del nuevo libro de Juan Manuel Aragüés.

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