La injusticia cuando solo tiene delante la inacción y la pasividad suele volverse aún más poderosa y con ello cada vez más injusta
Sé que este título no parece muy propio de un artículo y probablemente no lo sea, pero las cosas apropiadas suelen oler a rancio y suelen estar llenas de polillas.
Si usted me lee de vez en cuando no puedo más que darle las gracias por ello y es más que probable que el título no le haya sorprendido en absoluto.
Si no me ha leído nunca y está usted desando ponerme verde por algún motivo aprovecho para indicarle que presionando sobre mi firma le dirigirán a mi cuenta de Twitter, allí puede usted desahogarse libremente hasta el punto que considere beneficioso para su salud emocional, yo estaré absolutamente encantada de serle de alguna utilidad.
He contado cientos de veces que me crié en una familia tensionada entre dos bloques derecha-izquierda, que aunque se querían profundamente entre ellos, nos obligaban a todos los del frente independiente a estar tomando partido de forma constante por alguna de las dos posturas en alguno de los múltiples debates que se originaban.
Una de las cosas que más he admirado y admiro de la parte más progresista de mi familia es la cantidad de energía y pasión que han puesto en todo lo que han hecho. Siempre he pensado que ser de izquierdas puede tener muchos matices y calificativos pero desde luego, en absoluto dista de ser algo mínimamente cómodo.
Es posible que el concepto “ser de izquierdas” que me han transmitido los míos esté totalmente errado. De hecho esa duda me asalta bastantes veces, sobre todo cuando por mi actividad de juntaletras, me veo obligada a seguir la actualidad política.
Ser de izquierdas en la variante que yo conozco, implica imperativamente ser activista y el activismo requiere de mucha dedicación, energía y compromiso. Es decir que está muy pero muy lejos de ser una actividad cómoda o descansada.
Supongo que existirán doctrinas muy documentadas y soportadas en prestigiosos estudios científicos que entenderán que no tiene porque existir necesariamente una correlación entre la ideología y la acción. Pero parece difícil de comprender puesto que si ser de izquierdas es creer en la lucha social y vivimos en un mundo tan terriblemente injusto que por momentos lo único sensato que podemos hacer es gritar para sacar el dolor y la ira que nos amenazan con hacernos reventar, ¿cómo se puede compatibilizas eso con quedarse sentado en un sillón, día tras día, dedicando el tiempo solo a cambiar el canal en el televisor?
La injusticia cuando solo tiene delante la inacción y la pasividad, suele volverse aún más poderosa y con ello cada vez más injusta.
Servidora se ha visto siempre rodeada de activistas. Las causas han sido diferentes en función del corazón y la sensibilidad de cada uno, la pobreza, los derechos de los animales o la discapacidad. La causa se la ha buscado cada cual y la ha defendido con los medios que ha sabido o que ha podido encontrar. Un megáfono, una asociación, una manifestación o un teclado pueden ser buenos compañeros para unas manos desnudas, una sangre que hierve o un estómago revuelto.
Quizás por culpa de una educación incorrecta no entiendo la izquierda sin lucha, y no entiendo la lucha sin acción y es por ello por lo que debo reconocer que me resultan admirables todas aquellas personas que se dejan en ello el único patrimonio impagable que tenemos los seres humanos, nuestra energía vital.
Quizás también por culpa de este fallo educativo que ha dado como resultado a servidora, me sigue costando entender a esos que se declaran de izquierdas y siguen sentados, inmóviles. Sobre todo, en el caso de esos que se sientan en sillones colocados sobre moquetas institucionales, esos que aún teniendo el poder de hacer cambios mucho más significativos e inmediatos que los que están en la calle agarrando el megáfono con los dedos agarrotados del frío, se dedican solo a mover la boca para articular una palabra tras otra. Palabras, ¡eso sí!, que ellos creen lo suficientemente cultas y pedantes como para dejar tan absortos a sus oyentes que los confundan hasta que no se den ni cuenta de que han llegado a un punto de inacción en el que ya les cuesta hasta lo de mover el brazo para cerrar el puño cuando hay que hacerse la foto.
Yo sigo sin saber si en la vida hay que ser de izquierdas, de derechas, liberal, anarquista, socialdemócrata, mediocampista o delantero centro. Hace mucho que estoy perdida intentando encontrar mi forma de cambiar el mundo.
Pero mientras sigo dándole vueltas, a todos los que os movéis, a todos los que sí lucháis, a los que os quedáis roncos gritando y a los que sois capaces de olvidar vuestro “yo” para cambiarlo por un “nosotros”. Permitidme que a todos vosotros os demuestre mi respeto y os dé las gracias porque vuestro movimiento es gasolina que cada día hace que arranque otro corazón que anhela cambiar el mundo.