En los tiempos en que el New York Times llamaba a Palestina por su nombre, reportó que Sheikh Jarrah −un barrio al norte de la Ciudad Vieja de Jerusalén− fue un lugar clave y estratégico durante la invasión sionista de 1948. La zona había sido testigo de los “combates más duros” en la ciudad, ya que la toma de Sheikh Jarrah significaba la centralización del control israelí sobre la ciudad. Hoy, cuando se oculta el nombre de Palestina, Sheikh Jarrah es uno de los últimos frentes de la ciudad que aún se resiste a la completa israelización.

Este barrio de higos y aceitunas es tan resiliente como magullado. Durante la Nakba, el grupo paramilitar sionista Haganá voló 20 casas en Sheikh Jarrah y mató a decenas de personas palestinas. Siete décadas después, las familias del barrio siguen enfrentándose a una amenaza similar de limpieza étnica, que sustituye la artillería por un sistema judicial supremacista. Mi familia es una de ellas.
En octubre de 2020 un Tribunal de Primera Instancia israelí dictaminó que mi hogar sea desalojado por la fuerza, junto con la mitad del barrio. La noticia me llegó por Facebook. Mi familia no quiso decírmelo por miedo a preocuparme, como si las palabras no viajaran rápido, y lejos. Les llamé desde Nueva York, donde estoy estudiando actualmente, y les hice preguntas cuyas respuestas ya conozco. ¿Van a dormir en la calle? ¿Hay alguna esperanza? ¿Por qué el juez no mira nuestros documentos? ¿Cómo se sienten los vecinos y vecinas? ¿Cómo vamos a pagar los gastos legales que nos cobra la ocupación? ¿Qué vamos a hacer?

Mi madre me ruega que me quede en Nueva York. “Se han vuelto más audaces en su arrogancia y tiranía”, dice, describiendo a los colonos israelíes que deambulan por nuestro barrio con sus armas, sus prerrogativas y lo que a menudo parece su fuerza policial personal. No pude evitar recordar a mi difunta abuela rememorando con amargura la época en que no se atrevían a poner un pie en nuestra tierra.
Tras la sentencia, hemos presentado un recurso de apelación. Me viene a la mente la palabra apartheid, pero decir que existe asimetría e injusticia en el sistema judicial israelí es quedarse muy corto. Lo que tenemos ante nosotros es un sistema colonialista, ideológicamente impulsado, construido por y para los colonizadores, que funciona exactamente como estaba previsto. Estas leyes injustas no sólo son preferenciales −al servicio de los objetivos demográficos y políticos del proyecto sionista−, sino que se ocultan tras un manto de legislación cuasi democrática, en apariencia discutible. Mientras escribo esto, el abogado de nuestra familia está intentando convencer a un juez colono para que falle contra la colonización: una cebra a merced de un jurado de hienas.
Durante la audiencia del 9 de febrero, la población palestina protestó fuera de la sala del tribunal israelí en la calle Salah Eddin [Saladino], coreando “¡muerte sobre dignidad!”. Aun así, el tribunal no tomó ninguna decisión sobre nuestro recurso. Puede que volvamos a tener noticias el mes que viene, o puede que no.[1]

No me sorprendió este resultado. Desde que era un niño, mi sentido del tiempo ha estado intrínsecamente ligado a las fechas de los tribunales. “Si nos roban la casa” era un estribillo constante en mi oído. La ansiedad de la anticipación y la incertidumbre me acompañó mientras crecía, y ha perseguido a mi familia durante décadas. Nunca salíamos de casa todos juntos como familia: yo u otro miembro de la familia tenía que “vigilar la casa” en caso de que vinieran, como si mi cuerpo adolescente tuviera el poder de impedir que un grupo de soldados ocupara nuestro hogar.

Durante el último medio siglo, las autoridades israelíes no han logrado apoderarse de Sheikh Jarrah, y hasta ahora permanece sin ser tragado por el insaciable apetito de tierras del sionismo. A lo largo de 50 años hemos aprendido a liberarnos de la guerra psicológica del ocupante; comprendemos que alargar los procesos legales durante décadas, ahogarnos en la burocracia y hacernos pagar las tasas de nuestro propio despojo son tácticas habituales de intimidación. Si cada casa es arrebatada por separado, si cada caso se alarga durante décadas, entonces la limpieza étnica de Sheikh Jarrah ya no parecerá un hecho de despojo masivo, sino más bien una serie de pleitos individuales que son éticamente problemáticos pero, en última instancia, insignificantes en el gran barrido del proyecto de asentamiento colonial. Por eso es importante comprender la historia política y jurídica de Sheikh Jarrah.

En 1956, el gobierno jordano y la UNRWA construyeron un proyecto de viviendas para 28 familias palestinas refugiadas en Sheikh Jarrah, y acordaron transferir la propiedad de la tierra a las familias con la condición de que pagaran una cuota nominal durante tres años. Mi abuela, nacida en Jerusalén, se vino trayendo a sus hijos desde Haifa (de donde fueron desplazados). Jordania no cumplió esta promesa de transferir oficialmente la propiedad. Los problemas no tardaron en llegar.

Después de que las fuerzas israelíes anexionaran ilegalmente Jerusalén en 1967, a principios de los años 70 las empresas de colonos empezaron a reclamar nuestras casas como propias. Sus relatos eran ampliamente incoherentes y sus documentos escasos y cuestionables, en el mejor de los casos. Sin embargo, de alguna manera estos relatos sin fundamento siguen siendo popularizados en los medios de comunicación occidentales. En un artículo de opinión de 2010 en el New York Times, titulado absurdamente “¿Quién vive en Sheikh Jarrah?”, el autor olvidó entrevistar o nombrar a ninguno de los habitantes nativos del barrio, muchos de los cuales habían sido expulsados de sus hogares en el momento en que se escribió el artículo. En cambio, el autor escribe que los tribunales israelíes han dictaminado que nuestras casas “son en realidad propiedad legal de judíos israelíes”, sin mencionar la negativa de las autoridades israelíes a autentificar o investigar la documentación proporcionada por los colonos, a pesar de que nuestros abogados los desafiaron repetidamente. Por contraste, el tribunal ni siquiera mira nuestros documentos. ¿Es realmente sorprendente que el sistema colonial dé siempre cobertura legal al colonizador?

He visto muchas veces cómo el café hervía y se derramaba en la hornalla cuando mi abuela corría a abrir la puerta. Habitualmente eran dos colonos con acento de Brooklyn que venían a provocarla. Yo me sentaba humillado en el sofá y esperaba que me crecieran los colmillos. Hoy tengo claro que las aspiraciones de estos colonos no se limitaban a amargarle a mi abuela las últimas décadas de su vida: son descaradas y están respaldadas por multimillonarios. Organizaciones de colonos como Nahalat Shimon, Ateret Cohanim y El-Ad son empresas inmobiliarias multimillonarias, con oficinas en todo el mundo, y son responsables del despojo y la limpieza étnica de las comunidades palestinas originarias en Silwan, Batan El Hawa y Sheikh Jarrah, entre otras de Jerusalén.

Estas organizaciones ilegales de colonos han sido explícitas y están muy orgullosas de sus esfuerzos por judaizar la ciudad. Sus vínculos con el gobierno israelí están bien documentados, y sus partidarios no son cuestionados. En septiembre de 2020, un reporte de la BBC reveló que Roman Abramovich, propietario del Chelsea (el club de fútbol inglés de la Premier League), donó 100 millones de dólares a El-Ad. Innumerables alcaldes y ministros israelíes han desfilado por Sheikh Jarrah, fascinados de ir “tomando casa tras casa” y prometiendo la “continuidad judía” en Jerusalén.

A las 12 familias refugiadas que actualmente están amenazadas de desalojo en Sheikh Jarrah les preocupa la suerte de toda la población palestina de Jerusalén tanto como su propio despojo. “Si Sheikh Jarrah cae, Jerusalén le seguirá”, dice uno de los vecinos. Los planes urbanísticos de las autoridades israelíes corroboran esta apreciación.

La predilección de los sionistas por la ubicación estratégica de Sheikh Jarrah no ha cesado desde 1948. Desde que la parte oriental de Jerusalén fue ocupada en 1967, el barrio está rodeado de puestos de avanzada[2] coloniales, colonias y cuarteles de la policía de fronteras, todo lo cual ha roto los centenarios vínculos sociales y económicos con las comunidades palestinas vecinas. La visión sionista de una ciudad completamente limpia étnicamente de su población árabe autóctona es alimentada por organizaciones de colonos −respaldadas por multimillonarios y apoyadas por el gobierno− que actúan con total arrogancia e impunidad. Si los sionistas consiguen robar Sheikh Jarrah, robarán toda Jerusalén, pues es el corazón abierto hacia la Ciudad Vieja; y Silwan, Batan El-Hawa, junto con otros barrios, caerán también como fichas de dominó.

Sheikh Jarrah está de nuevo en la primera línea de la batalla por Jerusalén. Para quienes vivimos allí, la historia es ahora. Nuestro despojo va más allá de la pérdida de propiedades: también significa la pérdida de la identidad palestina de Jerusalén, y presagia un destino horroroso para la población originaria restante −cada vez más reducida− de la ciudad.
“¿Qué vamos a hacer?” le pregunto a mi madre por teléfono. Ella responde: “No nos iremos”.

 

Nabil Al-Kurd (hijo de la legendaria Rifqa, padre de Mohammed y Muna) junto a un muro de su casa con el grafiti en árabe: “No nos iremos”. (MEE/Aseel Jundi).

NOTAS

[1] El 16 de febrero, el Tribunal de Distrito de Jerusalén rechazó el recurso presentado por las familias de Sheikh Jarrah contra la orden judicial de desalojo de sus hogares. El tribunal ha ordenado a 27 personas de seis familias de Sheikh Jarrah, incluida la familia de Mohammed Al-Kurd, que desalojen sus hogares antes del 2 de mayo de 2021.

[2] Los ‘puestos de avanzada’ son estructuras informales (caravanas o contenedores) instaladas por los colonos en tierras palestinas como anticipo de una colonia. Poco después suelen ser regularizados por las autoridades israelíes, y recibir además apoyo y subvenciones estatales para su construcción, desarrollo y expansión. (N. de la T.).

*Mohammed Al-Kurd (22) es un brillante poeta y activista nacido en el barrio Sheikh Jarrah de Jerusalén Este el 15 de mayo de 1998, exactamente el día que se cumplían 50 años de la Nakba o catástrofe que marcó la destrucción de Palestina y la implantación de Israel sobre sus ruinas. Mohammed se convirtió en una figura pública cuando con solo 11 años protagonizó el premiado documental de Julia Bacha My neighborhood (Mi barrio, 2012), que relata el desalojo en 2009 de familias palestinas de Sheikh Sharrah cuyas casas fueron entregadas a colonos judíos  tras procesos judiciales amañados: según una ley aprobada en 1970 (tras la ocupación y anexión de Jerusalén en 1967), solo los israelíes judíos pueden reclamar propiedades en la ciudad que estaban en manos judías antes de la creación de Israel en 1948; la población palestina no tiene el mismo derecho a reclamar propiedades que pertenecían a familias árabes y hoy están en manos judías. En el caso de la familia Al-Kurd, un tribunal israelí ordenó -en un fallo surrealista- que debía compartir su propiedad con los colonos judíos: éstos ocuparían la casa principal y delantera, y los Al-Kurd debían resignarse a vivir amontonados en la casita del fondo, más vieja y pequeña. Pero el proceso de despojo continuó mediante más argucias legales inventadas por los colonos, y hoy los Al-Kurd y otras familias del barrio están a punto de perder sus hogares y quedar en la calle.


Mohammed Al-Kurd. Publicado el 16/2/21 en Mada. Traducción: María Landi.

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