Miriam Sivianes. Activista de la Red EQUO Joven y de la Red EQUO Mujeres
En este siglo XXI, la segunda década en la que nos adentramos nos ha puesto contra las cuerdas. La crisis sanitaria y su consecuente crisis económica y social (y casi de toda índole) ha impactado de lleno en cómo concebimos el trabajo y cómo se articula el mercado laboral. Ha puesto en evidencia (si aún se podía resaltar más) la falta de cuidados, la ausencia de conciliación, un cierto retroceso en los derechos laborales y una alarmante brecha de género (y generacional) en cuanto al acceso a un puesto de trabajo estable que permita una planificación vital, exigencias del sistema capitalista.
Con anterioridad ya asistíamos a la necesidad de legislar frente a la robotización inminente, tasando esa cuarta revolución industrial: de las telecomunicaciones a la introducción de la Inteligencia Artificial en la producción, con la consiguiente destrucción de empleo y ahorro en los costos. Que gigantes de la distribución y/o las tecnológicas paguen por sus transacciones y ganancias en los diferentes territorios pareciera una utopía, pero realmente Europa camina en ese sentido y es una necesidad democrática.
En el mundo laboral también se abre un nuevo frente, que nunca se cerró. La crisis ha dejado patente que las formas de trabajo pueden cambiar, y deben, no sólo para responder a la necesidad de la reactivación económica, sino para ser más compatibles con la vida. El teletrabajo, si es elegido (debe poderse elegir o no), puede ser una opción para distribuir el acceso y la inserción laboral a lo largo y ancho de las diferentes regiones, ofreciendo oportunidades a áreas que acusan una despoblación creciente en estos últimos años. Esta es una alternativa al tan acuciado “presencialismo” que no tiene por qué significar productividad, y una oportunidad en el reparto demográfico de la población que ayude a una mejor gestión de los servicios públicos y a tejer una red de interrelación más justa entre los territorios. Se necesitaría igualmente inversión en la infraestructura de telecomunicaciones y transporte, preferentemente ferroviario, para asegurar esa posibilidad.
No obstante, esta nueva dinámica de teletrabajo se ha de pulir para que no se convierta en una falsa conciliación que obstaculice a la mujer y su carrera profesional. Se debe ofrecer de manera equitativa a igual puesto de trabajo, facilitando la inclusión y garantizando la no discriminación. La modalidad del trabajo a distancia debe ser también flexible, en el sentido en el que no signifique una alienación dentro de los colectivos de trabajadores y existan los mecanismos para seguir vinculados a nuestro entorno laboral en todas sus vertientes, asegurando el bienestar y el apoyo mutuo entre las trabajadoras.
Volviendo al asunto de la compatibilidad de la vida profesional y familiar, simplemente al equilibrio en nuestra propia vida ¿Cómo hacer para conciliar entonces? Debemos caminar hacia una reducción de jornada, en la que la semana de cuatro días de trabajo no sea una rareza, si no la garantía de un mayor equilibrio en las facetas de nuestra vida. Y a la vez (en un mundo ideal) suponga la materialización de una mayor oferta de empleo, o un mejor reparto, pues las necesidades de producción seguirán siendo las mismas y tendrán que ser cubiertas en todos los sectores laborales. Pareciera que hablo desde una perspectiva de crecimiento infinito, pero esta fase la contemplo como punto intermedio de mutación del mercado laboral, una estabilización hasta que seamos capaces de ir reduciendo paulatinamente nuestro consumo y manera de producir para encajarlas dentro de los límites de nuestros recursos y nuestro planeta. Reduciendo el vertiginoso ritmo de nuestras vidas.
A esta propuesta de reducción de jornada le acompañaría una renta universal, que va más allá de un ingreso mínimo vital. Este “salario” supondría una mayor equidad a nivel social, pero también laboral, pues se establecerían escalas, según los diferentes sueldos, de manera que sería proporcional a los ingresos y a las circunstancias de cada individuo. Desde mi perspectiva, también lo contemplo como una garantía del salario mínimo interprofesional en el conjunto del mercado laboral y un apoyo para la inserción de las jóvenes en el mismo, si se pusiera la edad mínima para su percepción en torno a la mayoría de edad. Las ofertas de trabajo responderían a unos mínimos estipulados por la media de la renta universal que percibe la población y el salario mínimo interprofesional ¿Cómo se financiaría todo? Con un sistema de impuestos realmente progresivo, que hoy no tenemos vigente.
En el nuevo panorama laboral, las personas empleadoras en el teletrabajo, como el trabajo presencial, tienen que financiar los costos materiales que asumen las trabajadoras, al menos parcialmente: internet, desplazamiento, electricidad, dispositivos… es inviable e injusto a todas miras que las trabajadoras asuman esos gastos y no debe dejarse en manos de la negociación colectiva exclusivamente, se han de establecer unos mínimos nacionales.
En el sector primario debemos garantizar unos sueldos mínimos que no empobrezcan a nuestras conciudadanas y pongan todas las ganancias en manos de los agentes intermediarios. Igualmente, debemos dar voz a los jornaleros y jornaleras, y garantizarles unas condiciones de trabajo y de vida dignas: basta ya de explotar a las personas migrantes temporeras y de relegar a la mujer rural a un segundo plano en la lucha agrícola y ganadera. El sistema de producción tiene que ser revisado para respetar toda vida y la tierra labrada, también abogando por una transición de los sistemas intensivos a maneras alternativas de producción: permacultura o ganadería extensiva como ejemplo, siempre concebidas como modelos alternos y fases intermedias hacia un decrecimiento en la explotación sistemática del territorio.
Por su parte, la industria necesita una reconversión que garantice empleo no a corto plazo sino con largas miras. De nada sirve nacionalizar empresas como Nissan si la planificación sobre la mesa no supone una auténtica mutación de la actividad industrial ¿Por qué no invertir en renovables o desarrollar verdaderas estructuras para el reciclaje y el aprovechamiento de residuos, lejos del greenwashing de algunas corporaciones dedicadas a ello? ¿Por qué no invertir en investigación y plantear soluciones técnicas y materiales a la crisis climática, que no nos ha abandonado, aunque la pandemia haya copado todas las noticias? La crisis climática está aquí y es el gran problema de nuestros tiempos.
Ante este panorama cambiante del mercado laboral se encuentra toda una generación joven que vive en la precariedad del engarce de contratos temporales (uno tras otro), y una imposibilidad de planificación vital, pues ni puede acceder a la vivienda ni puede proyectarse más allá de seis meses o un año vista. Las jóvenes asistimos a una decadencia del Estado de Bienestar con la que nos dimos de bruces en el instituto, en la universidad o en los primeros años en el mundo laboral. Una violación de nuestros derechos que no estamos dispuestas a tolerar y frente a la que exigimos medidas, por nosotras y por las generaciones futuras, por nuestras abuelas que se merecen una jubilación digna y un sistema público de calidad. Por nuestras madres y padres que tienen derecho a abandonar el mercado laboral cuando aún puedan tener una calidad de vida. El trabajo no debe convertirse en esclavitud, ni estar exclusivamente relacionado con conceptos de obediencia, disciplina y alienación, cómo se ha podido atisbar en las consecutivas crisis económicas. No puede suponer la absorción plena de nuestras energías y capacidades. Debe mutar también el término en sí mismo para asimilarse a ocupación: leer, cuidar, arar… todas son actividades productivas e improductivas a la vez, que nos permiten la autorrealización. Eso también es trabajo. Así, poco a poco, iríamos librando a la palabra de sus matices economicistas y productivistas, porque nos desarrollamos a través del hacer, del manipular, del crear. En definitiva, del trabajar mental o manualmente.
Vivimos en un mundo diseñado por y para el trabajo, la producción y el consumo. Tenemos que cambiar ese esquema, dando más espacio a las comunidades y a la creación a pequeña escala, en circuitos más sostenibles y sostenidos en el tiempo, que permitan el trabajo (desde su nueva concepción de hacer/realizar) y el esparcimiento a partes iguales.
Un mundo laboral que recoja una ética para la vida a lo Bauman, y que rescate ideas y conceptos de Bob Black a pesar de la utopía que pudiera parecer a primera vista.