Por Iria Bouzas

A partir de ahora, escucharemos a muchos políticos hablar de sensatez.

A partir de ahora jugarán, como siempre, a su eterno aburrido partido de pin pon, en el que unos hablarán de las maravillas sucedidas en el Parlamento Catalán, otros responsabilizarán al de enfrente mientras que algunos seguirán con sus papeles gastados leyendo los mismos discursos manidos una y otra vez sin asomo de ningún tipo de pasión o convencimiento.

Pero lo que los políticos no entienden, no quieren entender o no son capaces de entender, es que ya da igual lo que digan. Han terminado por sonarnos todos igual. No importa ya si hablan de frescor de la mañana o elogian la beatifica noche. Aburren y cansan.

Ahora vienen los análisis a posteriori. Ahora toca que se junten cabezas políticas que sólo saben pensar dentro del sistema que les alimenta, para dentro de sus cerrados círculos impermeables a la sociedad, analizar lo ocurrido.

Pero ese análisis sólo les va a servir a ellos. A ellos y a los medios de comunicación que necesitan algún capítulo nuevo de espectáculo político para seguir en marcha con la maquinaria.

Pero, aunque no lo sepan, ya han perdido. Algunos más que otros.

Los políticos independentistas catalanes han perdido la fuerza. Porque su fuerza estaba en la calle. Y por más mediocres y limitados que parecen ser, hasta el ser más corto de entendederas, es capaz de ver que la calle no es algo que se enciende y se apaga con pulsar un botón. Se enciende con la emoción y una vez traicionada esa emoción te encuentras muy sólo en plazas vacías gritándole al viento.

Si no se lo creen, que se lo pregunten a Podemos, que de esto de sentirse tan sólos como Eduardo Noriega en «Abre los ojos», saben un rato.

Podemos encendió la calle hablando de justicia social y la apagó en cuanto pisó la moqueta y empezó a dar discursos insoportablemente tediosos sobre institucionalismo y estrategia política. Eso sí hay que reconocerles el exquisito lenguaje universitario, aunque bien mirado en ocasiones ese lenguaje era aún más irritante que el propio contenido del discurso.

Puigdemont encendió la calle pero con su independencia de cinco minutos, la ha apagado y además lo ha hecho con un enorme cortocircuito.

Ahora toca escuchar hablar de pelotas en tejados, de sensatos y culpables. De buenos y malos.

Pero hablen de lo que hablen, según pase el tiempo lo harán cada vez más sólos, mientras escuchan el eco de su voz rebotar en paredes vacías.

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