Juan Ignacio Codina
Subdirector y cofundador del Observatorio Justicia y Defensa Animal
Autor de PAN Y TOROS. Breve historia del pensamiento antitaurino español
Empecemos dejando las cosas muy claras ya desde el principio. A la tauromaquia no se la pudo llevar por delante ni un señor Papa como Pío V, ni reyes más o menos ilustrados como Carlos III o Carlos IV, ni un santo como Tomás de Villanueva ni tampoco uno de los más grandes genios que ha dado el mundo de la ciencia universal, nuestro gran patriota Santiago Ramón y Cajal. Todos ellos combatieron la tauromaquia, pero ninguno pudo con ella. Así que, si creemos que la terrible pandemia del Covid 19 va a poder debilitar a la industria de la tortura, ya podemos hacernos a la idea de que no. Me temo que el único virus que podrá poner fin a la barbarie tauromáquica sería una infección masiva de compasión, de humanidad y de empatía. Y esos virus, lamentablemente, no solo no se suelen contagiar mucho sino que, además, para combatirlos ya se cuenta con vacunas muy eficientes, y la tauromaquia, es decir, la normalización de la violencia, es una de ellas. Y esa vacuna funciona de lo lindo oiga, sobre todo cuando se aplica a niños y niñas de muy corta edad.
Así que no. No nos hagamos muchas ilusiones. Soy consciente de que los mensajes esperanzadores proporcionan más “likes” en las redes. A la gente hay que mantenerla esperanzada porque, al fin y al cabo, las luchas más justas se han fundamentado precisamente en eso, en la esperanza. Pero oigan, una cosa es dar esperanza y, otra muy distinta, es tomarle el pelo al personal. Durante estos días de confinamiento —no seas imbécil, quédate en casa, sé responsable, estás salvando vidas— he leído publicaciones de todo tipo, algunas dando ya por finiquitada a la tauromaquia porque decenas de festejos se habían suspendido, y porque los pobres toros que estaban destinados a ser torturados en ellos se iban a “salvar”. Y, claro, la gente muy contenta e ilusionada porque, realmente, es un fastidio vivir sin esperanza. Y yo el primero. Pero, créanme, peor que vivir sin esperanzas es vivir engañados.
Si alguien se cree que esta tragedia virológica que tan terriblemente nos está afectando va a suponer el fin de la tauromaquia está, lamentablemente, muy equivocado. Y, puestos a lamentarse, lamento ser yo el que les agüe la fiesta. Preferiría lanzar mensajes positivos y optimistas, y obtener muchos “likes”, pero no se trata de eso, sino de ser serios y de saber a lo que nos estamos enfrentando. Porque las luchas más nobles de la humanidad también se han fundamentado en eso, en el análisis objetivo, en el conocimiento y, sobre todo, en la verdad. Lo demás, si me permiten, son ganas de dar la nota y de alimentar egos que, sobre todo en estos días de confinamiento, están tan hambrientos que se devoran a sí mismos.
Pero no todo ha sido tan malo. Durante estos días pasados se ha llevado a cabo una campaña en redes sociales en la que ya se anticipaba la que se nos viene encima. Bajo el eslogan de “más sanitarios, menos toreros”, centenares de personas compartieron mensajes y fotografías evidenciando que parecen haberse dado cuenta de que la industria de la tortura también va a beneficiarse de las ayudas públicas que va a recibir en compensación por los festejos no celebrados, por las pérdidas económicas, por el cierre sectorial y por los toros que no han podido ser masacrados —y que, de un modo u otro, digámoslo claramente, acabarán muertos, ya sea a tiro limpio o en los mataderos—. Sí, la industria de la barbarie se acogerá a un Erte o a cualquier otra opción para seguir chupando del bote y, como desde hace siglos, ustedes y yo, con nuestros impuestos, seremos los que tengamos que sufragar este infierno de violencia y de sangre. Y ya se han puesto a ello. El lobby de la muerte ya ha comenzado a moverse en silencio, sin hacer mucho ruido, como ellos saben hacerlo. Los teléfonos ya han comenzado a sonar. Tal vez el primero en la Casa Real, y el segundo en uno o varios ministerios. No hay que ser un lince para saber cuáles. En resumen, dinero público para salvar ese “patrimonio” cultural que tanto nos avergüenza frente al mundo.
Precisamente, estos días se está criticando mucho a los países del norte de Europa, a los que se acusa de ser insolidarios con España. Estas naciones nos están dando la espalda en un grave momento de crisis sanitaria, social y económica. Y eso es totalmente condenable. Es repugnante. Soy el primero en criticarlo. Pero lo que echo mucho de menos es un poco de autocrítica de puertas hacia adentro. ¿Qué cara se le debe quedar al ministro de Economía de uno de esos países del norte cuando descubra que en España se ha estado dando dinero público a espuertas a la industria de la vergüenza, en vez de destinarlo a otros menesteres? ¿Conocen el cuento de la cigarra y la hormiga? Pues eso. En España no todos somos cigarras, ni mucho menos, pero hay unas cuantas, y están apoltronadas bien arriba en esta sociedad feudal 2.0 en la que vivimos.
Cuando en Holanda o en Alemania sepan que, por ejemplo, solo la Diputación de Badajoz ha destinado en 2020 casi un millón de euros —¡¡1.000.000 de euros!!— a la promoción de la tauromaquia, me dirán ustedes con qué cara se van a quedar los de los tulipanes y los teutones. ¿Y cuando sepan que en los presupuestos de este año en Andalucía se han previsto varios cientos de miles de euros destinados a la tauromaquia? Y en otras Comunidades, Diputaciones y Ayuntamientos de todo el país, otro tanto de lo mismo. Pónganse ahora en su lugar, en el lugar de esa gente tan mala y tan trabajadora y ahorradora del norte, y pregúntense, honestamente, qué harían ustedes si esos que ahora les piden ayuda se gastaran el dinero en jolgorio, en sangre y en muerte, en vez de ahorrar, en vez de prepararse, como las hormigas, para cuando vengan mal dadas. Yo no tengo todas las respuestas, ni pretendo tenerlas. Solo pienso, y a veces ni eso. Pero sí sé una cosa: no se puede estar en misa y repicando, a ver si así me entienden hasta los taurinos.
En fin, más sanitarios y menos toreros. Hemos llegado a tal punto que casi cualquier palabra que se pusiera sustituyendo a “sanitarios” haría de este eslogan algo perfectamente defendible. Bomberos, protección civil, científicas, investigadores, guardias forestales, profesoras, músicos, titiriteros, filósofas, juristas, expertos en lo que sea, personal de supermercados y reponedores, umes, servidores públicos, voluntarias, farmacias, conductores, ciudadanos y ciudadanas solidarias… Más de todo eso y menos barbarie tauromáquica. A ser posible, cero barbarie tauromáquica, cero miseria taurina, cero subvenciones a la muerte por diversión. Cero patatero.
Y, mientras tanto, mucha suerte a todas, y mucho ánimo en estos días tan duros, especialmente a los y a las que más están sufriendo esta terrible pandemia. Apoyémonos y apoyemos a los verdaderos héroes y heroínas de nuestro tiempo, a los de las batas blancas, no a los de las sangrientas espadas y banderillas. Unos defienden la vida y, los otros, la muerte. La tauromaquia no necesita un Erte, ni un Ere, necesita desaparecer y, cuanto antes, mejor. Ah, y por cierto, un abrazo muy grande Dani. Te esperamos.