Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid, Fernando Broncano es un filósofo, ensayista y profesor de reconocido prestigio que ha dedicado una buena parte de su reflexión a estudiar el lugar del conocimiento, la técnica y la cultura en las sociedades humanas, tratando de desentrañar los aspectos materiales de la cultura y las formas de resistencia y crítica en el conocimiento.

Entre sus principales publicaciones cabe citar: Entre ingenieros y ciudadanos (2006), La melancolía del ciborg (2009), La estrategia del simbionte. Cultura material para nuevas humanidades (2012), De Prometeo a Frankenstein. Autómatas, ciborgs y otras creaciones más que humanas (2013), Cultura es nombre de la derrota. Cultura y poder en los espacios intermedios (2018), Espacios de intimidad y cultura material (2020).

Conocimiento expropiado. Epistemología política en una democracia radical (Akal, 2021) es su último libro publicado. En él centramos nuestra conversación.

Salvador López Arnal.- Enhorabuena por tu último libro, Conocimiento expropiado. ¿Cómo puede definirse el conocimiento? ¿Creencia verdadera justificada?

Fernando Broncano.- Aunque el término «conocimiento» está por todas partes, no está nada claro qué queremos decir con él. La noción más extendida entre quienes no tienen familiaridad con la filosofía suele ser la de «creencia verdadera», tal como nos informan múltiples observaciones experimentales. En la filosofía no especializada suele usarse la vieja noción de «creencia verdadera justificada», sin embargo esta noción quedó abandonada hace décadas (una historia larga de contar aquí) y fue sustituida por varias líneas como el fiabilismo, la teoría de virtudes y epistemologías anti-suerte, todas ellas relacionadas con la capacidad agente: conocimiento es el logro de creencias verdaderas debido a las capacidades de agencia epistémica y no a la suerte. Se puede aplicar a capacidades personales o colectivas, como ocurre, ejemplo, en la ciencia, los sistemas educativos o, en general en las funciones epistémicas de muchas instituciones del estado.

Salvador López Arnal.- Sobre el subtítulo del libro: «Epistemología política en una democracia radical». ¿Epistemología y política no son más bien términos antitéticos? ¿Qué es la epistemología política?

Fernando Broncano.- El conocimiento es una de las más poderosas fuerzas de reproducción de una sociedad, tanto en sus aspectos positivos como negativos. La epistemología social se ocupa de cómo se produce o reproduce y distribuye el conocimiento en los colectivos y sociedades. Una parte de la epistemología social es aquella que se ocupa de cuándo y cómo la producción y distribución del conocimiento están consideradas desde el punto de vista de la justicia. Mi hipótesis es que si consideramos una sociedad como un sistema de posiciones y relaciones (no de individuos, como sostiene la teoría social liberal), la epistemología política comienza cuando observamos que las posiciones sociales y las posiciones epistémicas (el conocimiento al que pueden acceder personas y colectivos) interfieren entre sí. La posición social puede degradar la posición epistémica, y la posición epistémica puede contribuir a reproducir las posiciones sociales.

El subtítulo del libro se refiere a cómo la epistemología política
nos puede ayudar a entender algunos de los más duros dilemas de la
democracia y a radicalizarla en el sentido de profundizar en las
capacidades del demos de determinar sus propias trayectorias en una
línea de mayor justicia, pero también de capacidades agentes.

Salvador López Arnal.- ¿Quiénes son los destinatarios de tu libro? ¿Filósofos de la ciencia, epistemólogos, científicos sociales? ¿La ciudadania no especializada está excluida?

Fernando Broncano.- La gente interesada en la política y las cuestiones sociales no atiende suficientemente (en general) a cómo el conocimiento y la ignorancia estructuran nuestras sociedades: se suele tener una idea de la epistemología como una disciplina esotérica, ultraacadémica y poco relacionada con los problemas sociales, sin comprender cuánta carga epistémica tienen los problemas sociales, especialmente en lo que ha devenido en llamarse «sociedades del conocimiento». Por otro lado, quienes se ocupan del conocimiento, sea en la ciencia, ciencias sociales o epistemología de la ciencia, suelen tener poca idea o poco interés en las cuestiones de filosofía política, que consideran demasiado impregnadas de ideología, sin reparar en que, como trato de argumentar en el libro, toda epistemología es una epistemología política por acción u omisión. Por último, la gente de la prensa, del activismo y de la política más o menos profesional, tiende a tener una idea puramente instrumental de las cuestiones del conocimiento, sin reparar en cuán centrales son las distribuciones de conocimiento en la formación de identidades y de estructuras sociales. Desgraciadamente, las formas conservadoras de populismo sí han entendido esta relación cuando han desarrollado técnicas complejas de propaganda e indiferencia a los hechos como estrategias centrales de acceso y control del poder. Así que la intención es bastante ecuménica: educar a la ciudadanía en cuestiones epistemológicas y a la gente relacionada con el conocimiento en cuestiones políticas.

Salvador López Arnal.- El libro, 450 páginas, está estructurado en una presentación y tres partes (más referencias): «Epistemologías vulnerables; el valor del conocimiento como fuente de la agencia en común», «Epistemologías de la resistencia. Ignorancia y conocimiento en el antagonismo social» y «Epistemologías de la democracia. Democracia y apropiación del conocimiento», con cuatro, tres y dos capítulos respectivamente. Diez capítulos en total, una o dos preguntas por capítulo, dejándome muchas cosas en el tintero.

Hablas en la primera parte de epistemologías vulnerables. ¿Cuándo una epistemología es vulnerable?

Fernando Broncano.- Suponiendo la inseparabilidad de las cuestiones de justicia y de conocimiento, en esta primera parte sobre «epistemologías vulnerables» (o dañables por las formaciones sociales) propongo la tesis histórica de que el programa de la epistemología siempre tuvo un componente político desde sus inicios en las filosofías del Barroco y el Romanticismo. Lo que denomino «epistemologías de la derrota» se refiere al movimiento cultural de reflexión sobre el lugar del conocimiento bajo el impacto de las políticas de intolerancia que recorrieron Europa en el Barroco. Las epistemologías cartesiana, spinoziana y más tarde ilustrada entrañan una reflexión sobre el valor personal y social del conocimiento en las que ya están implícitas las tesis de la profunda implicación política de la epistemología. Este recorrido histórico nos lleva a la cuestión del valor del conocimiento, un tema clásico de la filosofía analítica contemporánea que ha producido una larga controversia rotulada bajo por el epígrafe del «problema de Platón» acerca de si «conocimiento» añade algún valor a la «creencia verdadera». El libro aborda esta cuestión desde dos puntos de vista: el primero, el de cuál es el carácter que tendría el conocimiento considerado como un bien. En la economía se distinguen entre bienes privados, bienes de acceso limitado o bienes de club, bienes comunes o de acceso socialmente controlado y bienes públicos. La tesis es que la diversidad del conocimiento recorre todos estos espacios y en situaciones distintas se pueden considerar los conocimientos como bienes privados, de club, comunes o públicos. Sin embargo, desde el punto de vista de la epistemología política insisto en que en la producción y reproducción del conocimiento tiene una importancia excepcional la contribución colectiva, común, reticulada y que esta contribución común abre una cuestión directamente política sobre la que discurre el título del libro: la expropiación de los recursos comunes que tienen muchas de las formas actuales de gestión del conocimiento en lo que se denomina «sociedad del conocimiento».

Salvador López Arnal.- Sostienes que la hegemonía del neoliberalismo y la forma cultural que llamamos posmodernidad han dejado a un lado la relevancia política de la epistemología. ¿Un resultado buscado? ¿Con qué finalidad? ¿No hay entonces epistemólogos posmodernos?

Fernando Broncano.- La posmodernidad es más bien un aura que impregna todas las formas culturales contemporáneas y tiene una extraordinaria complejidad en sus manifestaciones muchas de ellas contradictorias. De lo que no hay duda es que los autores más característicos del posmodernismo consideran que la epistemología es una disciplina del pasado que debe sustituir términos tan fuertes como «verdad» o «conocimiento» por otras derivadas de la situación social como «lo que se cree o acepta como verdad» o «lo que se considera conocimiento». La mayoría de las formas de posmodernismo proponen pues sustituir la epistemología por la doxología y, a su vez, esta por un entrelazamiento de manifestaciones del poder y manifestaciones de la palabra. Todo ello no obsta para que el posmodernismo no haya aportado interesantes reflexiones sobre la cultura y la sociedad contemporánea. En cierto modo no es posible no ser posmoderno en ciertos aspectos, como el de resaltar la importancia de lo contingente, de la mezcla e hibridación cultural o la vulnerabilidad de nuestras sociedades.

Salvador López Arnal.- Hablas elogiosamente del concepto de injusticia epistémica de Miranda Fricker, una epistemóloga feminista que ha supuesto un cambio de marcha en la epistemología analítica. ¿A qué llamas epistemología feminista?, ¿qué es la injusticia epistémica?

Fernando Broncano.- La epistemología feminista, o epistemologías feministas son todas aquellas aproximaciones al conocimiento que resaltan y atienden a cómo el carácter patriarcal de las sociedades influye sobre cómo se produce y circula el conocimiento, del mismo modo que podemos hablar de una epistemología socialista o marxista cuando se considera que la división en clases es central para entender la producción y distribución del conocimiento. En este sentido, no creo que se pueda hacer epistemología correctamente sin adoptar una perspectiva de género, raza, clase y cultura. Lo contrario es esconder la relación entre la posición de las personas en un medio social determinado y su constitución cognitiva. Algo parecido a si hiciésemos epistemología para seres de otro planeta y otra constitución biológica.

Las epistemólogas feministas, por otra parte, han contribuido de un
modo decisivo a la epistemología. Por ejemplo, han desarrollado las
ideas de responsabilidad epistémica, de injusticia y opresión
epistémicas, de visibilidad e invisibilidad de la posición social. Han
generalizado las ideas de virtudes y agencia epistémicas a los
movimientos sociales y han vuelto a reconsiderar el debate de Lukács
sobre el privilegio epistémico de las posiciones subalternas.

Salvador López Arnal.- Acabas de comentar que no crees que se «pueda hacer epistemología correctamente sin adoptar una perspectiva de género, raza, clase y cultura». ¿En qué consistiría esa perspectiva cultural a la que haces referencia? ¿Es posible unir todas esas perspectivas a las que haces referencia?

Fernando Broncano.- Quizás me he expresado mal respecto a que pueda haber una perspectiva que una todas. Me refiero a que no se puede hacer epistemología desde la perspectiva de ninguna parte. Quien piensa lo hace desde un lugar y una situación social, corporal, territorial. Lo que nos ha enseñado el pensamiento interseccional es que va a haber necesariamente fricciones epistémicas (y sobre todo prácticas) entre las pertenencias quebradas a varias identidades: el sindicalista que desprecia a su mujer, la blanca que explota a su criada hispana, la persona gay o lesbiana que dirige recursos humanos de una empresa,… Las contradicciones no son fáciles de resolver ni de articular como si fueran mecanos. No suelen darse estos debates en los ámbitos de la izquierda, que se limitan a sumar como en las viejas ideas de frente cultural, cuando lo que es necesario impulsar son espacios de controversia donde se generen solidaridades epistémicas y de carácter práctico, reconociendo las diferencias y complicaciones.

Salvador López Arnal.- Afirmas en el capítulo II que la epistemología moderna ha nacido de la derrota y de un deseo de redención. ¿A qué derrota se refiere?, ¿de qué deseo de redención?

Fernando Broncano.- La hipótesis del libro es que la epistemología del Barroco (lo que llamamos la filosofía moderna) es en buena parte una respuesta a la gran crisis europea de las guerras de religión y guerras imperiales que acabaron con la tolerancia y el impulso cívico renacentista. La pregunta por qué podemos saber y cuál es la función del conocimiento en la sociedad fue una respuesta intelectual a la violencia y la intolerancia crecientes.

Salvador López Arnal.- ¿Por qué señalas que la historia de Hegel en la filosofía contemporánea es una historia triste? Algunos filósofos hegelianos, Rafael Aragüés por ejemplo, parecen considerar que la tradición hegeliana está en perfecto estado de revista y acción, y más viva que nunca.

Fernando Broncano.- La filosofía que se impuso en los años setenta y que dio paso desde el estructuralismo a las varias formas de posmodernismo, así como los fundamentos filosóficos del neoliberalismo (la filosofía realmente hegemónica durante décadas), son profundamente antihegelianas, en el sentido de no entender el poder de la dialéctica y la trascendencia de las situaciones complejas. Puede que haya ahora alguna reacción pro-hegeliana, en la academia desde luego hay siempre especialistas y admiradores, pero no veo una teorización clara más allá del culto filológico especializado. Es sorprendente que lo mejor que se esté haciendo respecto a la filosofía hegeliana sea desde el campo analítico, como los trabajos de Robert Brandom y John McDowell o, desde la historia de las ideas, Robert Pippin.

Ahora bien, es cierto que, como me ocurre a mí, le está ocurriendo a
mucha gente: un creciente deseo de examinar las bases profundas del
análisis romántico de la sociedad.

Salvador López Arnal.- Pero, salvo error por mi parte, a ese análisis romántico al que te refieres se le ha tildado muchas veces de antirracionalista o incluso anticientífico.

Fernando Broncano.- Es la vieja acusación del Lukács arrepentido de su romanticismo juvenil, pero no es cierto. La ciencia contemporánea solo marginalmente le debe algo a la Ilustración, básicamente el comienzo del análisis matemático. La ciencia física del XIX, la que se basa en la conservación de la energía es romántica en sus orígenes metafísicos (el propio concepto de energía y de transformación de fuerzas). Lo es también la biología, que solo con el romanticismo despegó de su mecanicismo que lastraba la investigación. E incluso la matemática, que comenzó a tratar con cuidado el continuo.

Salvador López Arnal.- ¿Qué opinión te merecen las ideas o atisbos epistemológicos de Marx? ¿Se puede hablar propiamente de una metodología marxista?

Fernando Broncano.- En Marx encontramos algunas ideas interesantes que encajan bastante con los atisbos que por el tiempo estaban teniendo también los pragmatistas, pero no encuentro en Marx la fuerza en el ámbito de la epistemología que, sin embargo, encontramos en su pensamiento social y económico. Aunque hay una compatibilidad completa entre muchas de las líneas de la epistemología contemporánea y el marxismo (espero que mi libro sea un ejemplo) no está claro que a Marx le interesase mucho el problema de la circulación del conocimiento, así como su conceptualización. Y la historia del marxismo nunca ha terminado de resolver la ambigua situación del conocimiento a veces considerado como parte del aparato ideológico y a veces como fuerza de producción. Pero es fácil que pueda estar equivocado. En parte, uno de los objetivos de mi libro es animar a los marxistas a ocuparse de la epistemología.

Salvador López Arnal.- Tomemos un descanso si te parece.

Fernando Broncano.- De acuerdo.

Fernando Broncano. Créditos; Sandra Alonso

«La tesis del libro es que nuestra sociedad produce tanta o más ignorancia que conocimiento»

Salvador López Arnal.- Nos habíamos quedado en este punto. Sostienes en el tercer capítulo que la idea de que la posición social confiere un cierto privilegio a la posición epistémica es muy antigua y que ha formado parte de algunas de las justificaciones de la sociedad estamental. ¿Una posición social vulnerable, dependiente o precaria perjudica a la adquisición de una buena posición epistémica?, ¿una posición socialmente privilegiada facilita una buena posición de partida?

Fernando Broncano.- En el libro reflexiono mucho sobre la tesis de Lukács de que la clase trabajadora está en mejor posición que el resto de las clases para entender lo que ocurre en la sociedad. Esta tesis, que suele conocerse en epistemología como la del standpoint, no tuvo mucho éxito después de Lukács, en parte por el dominio del leninismo filosófico que, como Lenin sostenía, sospecha que la clase obrera dejada a su espontaneidad no desarrolla una práctica y pensamiento que vaya más allá de lo sindical; en parte también por las tesis de la Escuela de Frankfurt que consideran que la clase obrera en la sociedad de consumo es una fuerza activa de reproducción del capitalismo; en parte porque la misma idea de clase ha sido muy discutida. Sorprendentemente, el feminismo teórico, en una de sus líneas más radicales, ha redescubierto y defendido las tesis de Lukács: las mujeres son capaces de entender mejor lo que pasa y entender mejor a los hombres precisamente por su posición subordinada.

En el libro discuto con muchos matices esta cuestión y ahora estoy
trabajando mucho sobre ella. Es cierto que la experiencia de sufrimiento
y opresión produce un cierto conocimiento, pero también produce
ignorancia e incapacidad de acceder a los recursos conceptuales que
permitirían un diagnóstico de lo que ocurre. Es lo que estudio bajo el
término de «injusticia hermenéutica» que ha propuesto Miranda Fricker.

Salvador López Arnal.- ¿Y qué tipo de conocimiento es el que produce la experiencia de sufrimiento y opresión a la que aludes? ¿Lo que se ha llamado en ocasiones, con algo de menosprecio epistémico, «conocimiento vulgar»?

Fernando Broncano.- Es complicado responder. Hay una conciencia espontánea, corporal de cansancio, de sufrimiento ligado a la opresión, pero no siempre produce experiencia. Por ejemplo, el acoso sexual ha tardado décadas en ser reconocido como un problema común a una gran parte de las mujeres. Previamente se vivía como un hecho molesto y natural. Es la distancia entre vivencia, que produce una forma primaria de conocimiento ligado al sufrimiento, y experiencia, que entraña ya relato, adscripción de causas y responsabilidades y relaciones de fraternidad con otras víctimas.

Lo que ocurre es que quienes no han tenido esas vivencias de opresión
pueden tener déficits cognitivos serios para entenderlas, como nos
ocurre a los hombres con la violación, a los blancos con la mirada
racial, a los pequeño burgueses con el cansancio del trabajo físico mal
pagado. Por eso la epistemología de la resistencia es tan compleja.

Salvador López Arnal.- ¿Qué son las epistemologías de la dependencia? ¿De qué son dependientes?

Fernando Broncano.- Por epistemologías de la dependencia entiendo todas aquellas epistemologías que reconocen la imposibilidad de desarrollar una teoría del conocimiento puramente individual. La inmensa mayoría de las cosas que aceptamos no provienen de nuestra experiencia sino de la dependencia epistémica que tenemos de otros, como también tenemos una dependencia material de los cuidados de los demás. Esta dependencia nos hace fuertes y a la vez vulnerables a la colonización ideológica. Reconocer que la fuente básica del conocimiento es el orden social epistémico no es fácil porque no se ha trabajado demasiado sobre los mecanismos de transmisión del conocimiento. Tenemos una gran teorización sobre la organización de la producción de mercancías pero no sobre la producción y circulación del conocimiento.

Salvador López Arnal.- ¿Qué tipo de epistemologías han sido las epistemologías defendidas por los autores clásicos de la filosofía de la ciencia contemporánea del siglo XX (Carnap, Schlick, Neurath, Popper, Kuhn, Lakatos, Feyerabend, Sneed, Stegmüller…)?

Fernando Broncano.- Los autores que citas, que conozco muy bien porque forman parte de mi formación, basculan entre epistemologías a veces individualistas (Schlick), a veces objetivistas (quienes se mueven bajo el paradigma del giro lingüístico, que cede toda la confianza al lenguaje formal ideal) y a veces, sí, reivindicadoras de los componentes sociales, como es el caso de Neurath, Lakatos y Kuhn.

En esta tradición encontramos muchas cosas valiosas y otras que no
van más allá de la reivindicación de la ciencia como la única
depositaria del conocimiento, como si el sistema jurídico, todo el
aparato tecnológico y, sobre todo, la vida cotidiana, no fuesen más que
territorios puramente ideológicos y contaminados y no aparatos
epistémicos de la reproducción de la sociedad.

Salvador López Arnal.- Hablando de aparato tecnológico, ¿qué tipo de relación existe en su opinión entra las ciencias y las tecnologías contemporáneas? Sumo otra pregunta: ¿no hay mucho de ideología en considerar la tecnología como salvadora-solucionadora de la mayor parte de nuestros grandes problemas?

Fernando Broncano.- El filósofo americano Quine definía la ciencia como la ingeniería de la verdad. Hoy todo se complica porque ciencia y tecnología son muy dependientes, pero hay diferencias en los objetivos: la ingeniería resuelve problemas prácticos que tienen una complejidad ontológica transversal: implican problemas sociales, ecológicos, materiales, mientras que las ciencias resuelven problemas teóricos que pueden abordarse mediante idealizaciones que la tecnología no puede permitirse.

En lo que se refiere al optimismo tecnológico me parece que comprende
muy mal en qué consisten los logros técnicos. Los movimientos de
tecnologías apropiadas que sigo con mucha pasión insisten en que las
soluciones deben ser siempre muy situadas y deben comprender la
complejidad. Pero, en fin, es un debate muy largo. El pesimismo
tecnológico no tiene mejor comprensión de la tecnología que el
optimismo, ambos adolecen de una concepción determinista del cambio
social, económico y ecológico.

Salvador López Arnal.- Hablas en el capítulo VIII de «Héroes y grupos de resistencia en epistemología». ¿A qué se resisten? ¿Algún autor/a relevante en este ámbito?

Fernando Broncano.- La tesis del libro es que nuestra sociedad produce tanta o más ignorancia que conocimiento. Y lo hace de forma estructural: ignorancia orientada también a la metaignorancia, a ignorar que se ignora. Es lo que denomino «expropiación» y génesis de una offshorización del conocimiento, del mismo modo que el capital financiero circula cada vez más por circuitos offshore fuera del alcance del conocimiento de las sociedades de derecho.

Epistemologías de la resistencia: un término del filósofo sevillano
José Medina, ahora catedrático en Chicago y un líder mundial de la
epistemología crítica (como Miranda Fricker, pero no he logrado
convencer a ningún editor para que se traduzcan sus libros, que aquí
nadie cita). Se refiere a todo el activismo social que produce
resistencia contra la ignorancia: ignorancia de clase, ignorancia
blanca, ignorancia patriarcal, ignorancia heteronormativa,…

Salvador López Arnal.- Cuando hablas de movimientos sociales que realizan tareas epistemológicamente heroicas, ¿a qué movimientos te estás refiriendo? ¿Ecologistas en acción en España, sería una ilustración de esos movimientos?

Fernando Broncano.- Al ecologismo, al feminismo, a los movimientos LGTBI, a los movimientos antirracistas, poscoloniales, a los movimientos altermundistas, …, a todas las prácticas sociales a las que les ha llevado décadas ir transformando nuestros vocabularios y nuestras maneras de mirar el mundo. Generalmente son despreciados por las fuerzas políticas tradicionales hasta que movilizan a la sociedad y entonces incorporan sus lemas pero no sus propuestas de vida alternativa.

Salvador López Arnal.- Citas en la nota 9 del capitulo VIII a Otto Neurath. ¿Te interesa su obra? ¿Por qué sigue siendo un autor poco estudiado, incluso poco conocido, en nuestro país?

Fernando Broncano.- José Luis Moreno Pestaña está reivindicando mucho a Neurath. En el País Vasco se estudió también mucho su obra y, en general, en el ámbito de la filosofía de la ciencia, Neurath ha sido siempre un autor muy admirado. Lo que él llamaba la Enciclopedia de la Ciencia Unificada, que concebía como un proyecto de construcción social desarrollado no solo por científicos sino por toda la sociedad se parece mucho a cosas como Wikipedia, también en sus formas. Es alguien a quien hay que leer, por supuesto.

Es cierto que los autores más influyentes en filosofía de la ciencia
en España se han dividido entre una admiración por Popper o por las
líneas de Ciencia, Tecnología y Sociedad, sin haber captado que Neurath,
mucho más que Kuhn y otros autores, había propuesto un proyecto de
epistemología política muy necesario. Desgraciadamente, Neurath no fue
valorado por las grandes corrientes, a pesar de que gente como Carnap
siempre le consideraron un maestro.

Salvador López Arnal.- Una afirmación tuya algo sorprendente: «Al contrario de lo que suele pensarse, la ciencia y la tecnología no son solo productores de conocimiento sino también de ignorancia». ¿Cómo puede ser que la ciencia, paradigma de buen conocimiento, genere ignorancia? ¿Por lo mucho que nos hace ver que no sabemos?

Fernando Broncano.- No es sorprendente, es lo mejor que podemos aprender de la filosofía popperiana: la ciencia es un sistema social de producción de conocimiento de la ignorancia. A diferencia de los aparatos ideológicos, que producen ignorancia de la ignorancia, la ciencia produce conocimiento de la ignorancia. El sistema de investigación no se mueve por certezas sino por problemas, que no son sino reconocimientos de lo que ignoramos. Ahora está comenzando una suerte de «agnotología», que no es sino el estudio de la ignorancia (que no es simplemente ausencia de conocimiento). Hay una ignorancia mala, la manufacturada socialmente, y otra buena: la que produce la ciencia y la que protege (cada vez menos) nuestras vidas de la inspección del poder.

Salvador López Arnal.- Si la ignorancia no es simplemente ausencia de conocimiento, ¿qué es entonces la ignorancia?

Fernando Broncano.- Lo que nos enseñan los estudios de la ignorancia es que hay formas distintas. Tomando la famosa definición de Donald Rumsfeld (por cierto, recientemente fallecido), respondiendo a la prensa cuando le preguntaban por las armas de destrucción masiva en Irak, se puede distinguir las cosas que conocemos que conocemos (known knowns), las que conocemos que no conocemos (unknown knowns) y las que no conocemos que no conocemos (unknown unknowns). La peligrosa es esta tercera, la ignorancia de la ignorancia. Lamentablemente es una ignorancia muchas veces voluntaria y otras manufacturada por los aparatos ideológicos.

Salvador López Arnal.- ¿Por qué te manifiestas en contra del conocimiento considerado como útil? ¿No es precisamente su utilidad social una de las virtudes del conocimiento técnico o tecnológico? Las vacunas, por poner ejemplo actual, ¿no son ilustración de la importancia de ese conocimiento útil?

Fernando Broncano.- Las vacunas actuales son un buen ejemplo de lo que afirmo: se han podido desarrollar en un año vacunas con nuevos métodos debido a las largas trayectorias de investigación que buscaban contra toda posible utilidad inmediata líneas de análisis del ADN de los virus en campos tan extraños como la investigación del cáncer. Si dejásemos dirigir el conocimiento por la curiosidad y por problemas internos y lo dejásemos al control del mercado de las expectativas de utilidad, la ciencia duraría como empresa social pocos años. Fue lo que ocurrió en el Imperio romano respecto a la ciencia alejandrina o en la cultura del Imperio chino.

Salvador López Arnal.- En el capítulo X hablas la superioridad cognitiva de la democracia. ¿A qué tipo de democracia te refieres? ¿Por qué son superiores cognitivamente? ¿No hay también mucha «inferioridad cognitiva» en las democracias realmente existentes?

Fernando Broncano.- La peor democracia es siempre cognitivamente superior a cualquier despotismo ilustrado. Es algo que debemos reivindicar con intensidad frente a las ilusiones como las que puede ahora producir el espectacular desarrollo chino. Las democracias, incluso las realmente existentes, producen diversidad y pluralidad de ideas, así como medios de control y garantías de la pluralidad de expertos. En fin, es muy complicado el tema y ahora está en declive frente a las nuevas teorías que quieren restringir los derechos ciudadanos a minorías de expertos. Yo le dedico el último capítulo a la crítica de la epistemocracia en sus muchas modalidades, pero necesitaría mucho tiempo para desarrollar la idea. El mejor ejemplo sigue siendo Atenas: durante trescientos años, una democracia frágil e imperfecta como la ateniense dominó el Mediterráneo y cuando fue vencida sus vencedores macedonios y romanos copiaron sus desarrollos (pero no su sistema de producción de conocimientos). Las instituciones atenienses lograron mejor que sus vecinos resolver el problema de la localización de recursos humanos y materiales: elegían tanto a los arquitectos navales como a los generales y lo hacían de un modo eficiente. Lo mismo que, en un comienzo, la República romana. Hay argumentos formales, como el teorema de la diversidad, pero quizás otro argumento es el intentar buscar en la historia sociedades autoritarias que hayan sido superiores cognitivamente. Hasta Stalin comprendió que las ciudades de la ciencia (aisladas y lejanas) podrían regirse por otras reglas que las que imponía en el ejército y la sociedad. La gran amenaza contra la democracia viene de quienes consideran que la democracia no es una cuestión de conocimiento sino de opinión pública manipulable o movilizable.

Pero en fin, esta controversia está recorriendo el mundo y no se puede resumir en un párrafo.

Salvador López Arnal.- Lo dejamos aquí se te parece. Muchas gracias por tu tiempo y disponibilidad. Un honor para el Topo.

Akal.com

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