Ni las herramientas ni el experto son los adecuados; pero ya se sabe, los cuñados es lo que tienen; saben de todo y a la vez de nada. Aunque nuestro protagonista se lleva su merecido.
Dicen algunos que es más complicado llevarle la contraria a un cuñado que a un padre, ya que no se sabe muy bien cómo ni por qué todos tenemos uno o una que lo sabe todo, y cuando digo todo, hablamos de todo sobre todo, ya sea de deportes, chapuzas en la casa o inversiones en bolsa; el tema da igual, lo domina y punto.
Intentar apalancar una tubería de aguas negras no parece una gran idea, pero si el cuñado se empeña y da la cara, pues mira, ahí que se dé un baño de agua especialmente olorosa con inquietantes tropezones. Dicen que el fin justifica los medios.
¿Pero, por qué la gente finge saber algo que no sabe? ¿Por qué la confianza es tan a menudo proporcional a la ignorancia?. Los expertos tienen algunas respuestas interesantes. Según los profesionales tendemos a mantener un sentido de nuestra propia rectitud y saber, simplemente no hay otra salida.
En la ilusión del conocimiento nunca pensamos solos, y la toma de decisiones y el razonamiento no son gratuitos. Hablamos de lo que se llama la “ilusión del conocimiento profundo”, como llaman los cognitivistas a esta tendencia a sobrestimar el nivel de comprensión del mundo. Hacemos esto porque confiamos en la poca inteligencia de los demás.
Si las personas que nos rodean están equivocadas en algo, es más probable que compartamos ese error con los demás, que lo destaquemos, algo que no hacemos si el error es nuestro. Los puntos de vista están moldeados por grupos sociales mucho más que por hechos.
No hablamos muy bien de los demás y a la mayoría de las personas no les gusta pensar en absoluto o les gusta pensar lo menos posible. Y por mayoría, nos referimos a alrededor del 70 por ciento de la población. Incluso el resto tiende a dedicar la mayor parte de sus recursos a justificar las creencias que quiere tener, en lugar de formar opiniones nuevas y válidas basadas únicamente en hechos.
Piensa en lo que sucedería si señalaras un hecho que contradijera la opinión de la mayoría de tu grupo social. Tendrías que pagar por esto. Si dijera que eres de un partido concreto, algunos de tus amigos pensarían que estás loca. No te hablarían. Así, la presión social, a menudo de manera imperceptible, influye en nuestros compromisos epistemológicos.