María Landi 

 
Escribí este artículo para el semanario Brecha un día antes de que se anunciara el alto el fuego. Mi intención era contrarrestar la deshumanización y la presentación estereotipada de la población de Gaza en los medios masivos o hegemónicos, tratando especialmente de dar voz a las valientes mujeres de Gaza. También ofrecer nombres, edades, cifras y detalles para mostrar que el ataque israelí, como siempre, se dirige a la población civil, apuntando a destruir familias enteras, como ocurrió en los anteriores (especialmente el de 2014), en contraste con los medios que solo aludían a los “intercambios de misiles” entre Hamas e Israel, como si se tratara de una guerra convencional. Al final dejo planteado que, aun después de un posible alto el fuego, Gaza estará aun más inhabitable de lo que ya era antes de este ataque, como consecuencias de 14 años de un bloque inhumano y de bombardeos periódicos.
Esa es la realidad actual: mientras respiramos con alivio, cientos (miles) de familias en Gaza perdieron a sus seres queridos, a sus madres, padres, hijos o hijas, y/o perdieron sus casas y todas sus pertenencias, y hoy no tienen un techo donde protegerse (ver aquí una conmovedora galería de imágenes sobre el retorno de las familias a las ruinas de sus hogares). Seguirán refugiadas en las escuelas de la UNRWA, sabiendo por las experiencias anteriores que las perspectivas de reconstrucción son muy inciertas e improbables, y que las privaciones materiales les van a acompañar por mucho tiempo, además del duelo y el daño psicológico inconmensurable. Ojalá que al menos este nuevo capítulo sangriento sirva para abrir las conciencias y los ojos del mundo sobre la naturaleza criminal del régimen israelí y para redoblar la solidaridad con el pueblo palestino, que estas dos semanas se expresó masivamente en las calles, en los medios y en las redes en los cinco continentes.
 

Es difícil empezar cada mañana con las noticias que llegan desde Gaza. Da miedo encontrar imágenes que nos aterren más que las del día anterior, o la nueva cifra de niños y niñas asesinadas. En los 10 días que lleva este ataque, cerca de 65 han muerto por las bombas israelíes, pero la cifra sigue en aumento. Me pregunto cuántos más habrán muerto cuando estas líneas lleguen al público.

Convertir en objetivo militar a familias, menores de edad, viviendas, edificios públicos, hospitales, escuelas, comercios e infraestructura civil tiene un nombre en el Derecho Internacional Humanitario: castigo colectivo; y es un crimen de guerra que ya está siendo investigado por la Corte Penal Internacional. Es necesario decirlo una vez más: Israel no tiene “derecho a defenderse”, porque Gaza no es un país extranjero, sino un territorio controlado y bloqueado por Israel. Ninguna potencia ocupante tiene derecho a defenderse de un pueblo al que ocupa, ni a bombardear y destruir su territorio. Sin ocupación, colonización y bloqueo, no habría cohetes palestinos.

La aritmética del horror

Al momento de escribir esto, 240 personas palestinas han sido asesinadas por los bombardeos israelíes en 10 días, y más de 2000 están siendo atendidas en hospitales desbordados y desabastecidos por años de bloqueo. Además, 23 fueron asesinadas por las fuerzas israelíes en las protestas que tienen lugar en toda Cisjordania, y 4750 fueron heridas. Por otro lado, 12 israelíes murieron por los cohetes de la resistencia palestina, incluyendo dos niños y dos habitantes de una de las aldeas beduinas que no son reconocidas por el Estado (y por eso no tienen servicios básicos ni mucho menos refugios como hay en el resto del país).

El sábado 15 el ministerio de salud de Gaza dio los nombres de 12 familias que fueron asesinadas, cada una en su casa con una sola bomba. En la madrugada del domingo 16, los F-16 bombardearon durante 70 minutos tres viviendas en la calle Al Wehda, en el centro de ciudad de Gaza. 50 personas fueron masacradas mientras dormían, incluyendo 21 integrantes de la familia Qulaq que tenían entre 6 meses y 90 años de edad. En el campo de refugiados Al Shati fueron aniquilados 10 integrantes de la familia Abu Hatab, 6 de ellos niñas y niños. El pequeño Omar Al-Hadidi, de 6 meses, había ido con su mamá y 4 hermanas/os a visitar familiares por la fiesta de Eid-al-Adha (final del Ramadán); fue el único sobreviviente. Suzy Eshkuntana, de 6 años, fue rescatada con vida tras permanecer 7 horas bajo los escombros de su casa, una de las viviendas destruidas en la calle Al Wehda. Las imágenes de la niña sangrando, cubierta de polvo y en shock mientras era llevada a la ambulancia, y su mirada perdida en la cama del hospital, son desgarradoras. Ella y su padre fueron los únicos sobrevivientes: su madre, dos hermanas y dos hermanos perecieron.

Ninguna de estas familias recibió aviso previo para evacuar sus viviendas. «Es escandalosamente claro para la comunidad internacional que las fuerzas israelíes matan niños con impunidad», dijo Ayed Abu Eqtaish, director de Defensa de la Niñez Internacional en Palestina. «La impunidad sistémica garantiza que no hay espacios seguros para las niñas y niños palestinos que viven bajo la ocupación israelí

Israel dijo que no quiso matar a esa cantidad de civiles, sino que atacó una serie de túneles de Hamas que causaron el derrumbe de las viviendas de la gente. Pero como afirmó la académica palestina Noura Erakat, «Creer esta basura es creer que Gaza es una base militar, y no el hogar de 2 millones de personas −cruelmente sitiadas desde hace 15 años− que tienen allí su vida, su hogar, su comunidad, sus barrios, que van a la playa, celebran bodas y graduaciones. Esta lógica intenta justificar las atrocidades masivas y debe ser rechazada

Aniquilar familias enteras fue una de las características del ataque de 2014. Durante los 51 días que duró, según datos de la ONU, 142 familias gazatíes fueron borradas (742 personas en total). Los numerosos incidentes de este tipo indican que no se trata de errores, y que bombardear una vivienda con todos sus habitantes adentro es una decisión deliberada de los altos mandos militares, sostiene la periodista israelí Amira Hass.

Los asesinados del fin de semana incluyen al prestigioso médico Ayman Abu Al-Ouf, director de medicina interna en el hospital Al-Shifa y responsable de la lucha contra el coronavirus en Gaza, y al neurólogo y psiquiatra Muein Ahmad al-Aloul. Además, Médicos sin Fronteras informó que una de sus clínicas fue bombardeada, a pesar de que Israel conoce la ubicación exacta de las instalaciones médicas. También fue atacada la sede de la Media Luna Roja catarí, y la ruta de acceso al principal hospital de Gaza, Al-Shifa, quedó inutilizable. A su vez, el centro de derechos humanos Al Mezan expresó su preocupación por el deterioro acelerado de la crisis humanitaria: en un lugar densamente poblado como Gaza, la dificultad de las personas desplazadas para mantener medidas de prevención sanitaria hace temer la irrupción de una nueva ola de contagios de Covid-19, ya que solo el 1% de la población (y el 5% en Cisjordania) ha sido vacunada, debido a que Israel, presentado como modelo mundial en vacunación, se negó a proporcionarlas a los territorios ocupados −como le obliga el Derecho Internacional− e incluso obstaculizó la entrada de vacunas de COBACH a Gaza.

Según informó el director de operaciones de UNRWA, más de 50.000 personas están desplazadas de sus hogares por los bombardeos y se refugiaron en las escuelas de ese organismo (que también fueron blanco de los bombardeos en 2014). Unos 500 edificios, docenas de escuelas y hospitales han sido dañados por las bombas. Dos tercios de la población tiene ya inseguridad alimentaria, porque desde hace 10 días Israel cerró el paso de Kerem Abu Salem por donde entran combustible y alimentos (así como el de Eretz para el personal humanitario). En Gaza no existe corredor humanitario.

Vidas que no importan

Estos días la televisión uruguaya recogió testimonios de compatriotas que viven en Israel sobre el terror que experimentan ante los posibles cohetes gazatíes (un temor justificado, pues esta vez están teniendo más alcance y capacidad de daño). Pero hay una absoluta asimetría entre el peligro y el miedo que se experimenta de uno y otro lado. Eso quedó elocuentemente registrado por los corresponsales de la australiana ABC News al contrastar los temores de dos mujeres, una en la ciudad de Gaza y otra en Ashkelon: mientras la primera teme que su casa y su familia entera desaparezcan bajo las bombas, la segunda se quejaba que cuando suena la sirena solo tiene 30 segundos para llegar hasta el refugio. Pero a los medios uruguayos no parece interesarles el terror de las familias palestinas que no tienen refugios ni cúpula de hierro que pueda interceptar las bombas israelíes de 200 toneladas, capaces de derribar un edificio en unos minutos (como la torre al-Jalaa de 14 pisos, donde Associated Press, Al Jazeera y Middle East Eye tenían sus oficinas). 

«Yo he vivido las tres guerras anteriores de Israel contra Gaza (2008, 2012 y 2014) y ahora estoy viviendo la cuarta; pero nunca vi un poder destructivo tan grande como el de ahora: esta es la peor», aseguró a Brecha Nidal Musalame (60) desde Beit Lahiya, en el norte de Gaza. Y agregó: «Israel está usando armamento nuevo, aviones de última generación. Y está apuntando más hacia objetivos civiles: personas e infraestructura. 200 personas, 60 niños y niñas en 7 días. Es una masacre lo que está haciendo. Este pequeño pedazo de tierra (365 km2) no puede resistir esa cantidad de bombas. El objetivo que tienen es muy claro: hacernos retroceder 50 años.» Este ingeniero civil nos recordaba también que el 75% de la población de Gaza es refugiada de la Nakba (proveniente de localidades vecinas destruidas en 1948 y que hoy pertenecen a Israel); la pobreza llega al 50%, el desempleo es de 46%, y 80% dependen de ayuda externa para comer; hay de 6 a 8 horas diarias de electricidad y el agua llega cada dos días. Con el coronavirus todo empeoró: 22.000 personas más cayeron en el desempleo. «La gente en Gaza no encuentra diferencia entre vivir o morir. No tienen trabajo, no tienen esperanza, perdieron todo, comen cuando UNRWA u otros dan ayuda. Y llega otra guerra en estas condiciones

La opinión pública mundial no parece muy conmovida por las cifras de esta nueva catástrofe. Quizás esto ocurre porque la deshumanización del pueblo palestino empieza en los jardines de infantes de Israel (como bien lo estudió la pedagoga Nurit Peled-Elhanan) y culmina en los titulares de los medios hegemónicos occidentales. Es descorazonador ver el contraste entre la imagen estereotipada que esos medios dan de Gaza como una cueva de terroristas islamistas desalmados y armados hasta los dientes, y la realidad de una población donde la mitad es menor de edad, la juventud es extremadamente educada (a pesar del bloqueo hay cinco universidades en Gaza, y la mayoría de sus estudiantes hablan dos y tres idiomas, aunque nunca salieron de la Franja), los hombres están siempre inventando estrategias de sobrevivencia para no rendirse a la desesperación, y un alto número de mujeres son jóvenes profesionales, educadoras, periodistas, trabajadoras humanitarias y de salud, además de amas de casa y madres de 4 o 5 hijos/as.

Mujeres inquebrantables

En estas coyunturas de crisis esas jóvenes mujeres asumen la riesgosa y valiente tarea de comunicar en tiempo real lo que ocurre en el lugar de los bombardeos, ya sea a través de las cadenas nacionales o internacionales o simplemente ejerciendo el periodismo ciudadano con sus celulares. Desde que comenzó este ataque, es impactante seguir a estas mujeres en las redes sociales (twitter sobre todo) o verlas en las cadenas internacionales dando testimonio sobre las situaciones límite que viven ellas, sus familias y vecinas. Muchas madres hablan del terror que se experimenta por la noche, cuando Israel lanza sus ataques más mortíferos para aterrorizar a la gente. Sin electricidad, en plena oscuridad, sienten el ruido de los aviones y saben que la muerte llega, pero no saben a quién le tocará morir o salvarse. Mientras se escucha el estruendo de las bombas, la imagen tiembla y el sonido se entrecorta, ellas aparecen ante las cámaras perfectamente maquilladas y hablando en un inglés impecablemente articulado; cuentan serenamente lo que es vivir el constante horror, o cómo tratan de calmar a sus hijos con juegos y canciones cuando empiezan las bombas.

Rajaa Abu Jasser (profesora y madre de 5) dijo a Al Jazeera que no le preocupa la escasez de alimentos o la falta de agua, porque «hemos vivido 15 años bajo bloqueo. Lo que me preocupa es despertar un día y perder a una de mis hijas. Lo que estamos haciendo todas las familias es dormir  en el mismo cuarto, en la misma cama. ¿Por qué? Es patético decirlo, pero no queremos despertar unos vivos y los otros muertos, y tener que pasar por el duelo de sobrevivir.» Otras familias en Gaza están haciendo lo que relató Assaf Khuloud: «Lo más extraño que he hecho: hoy llevé a dos de mis hijos a casa de mi hermano, y él trajo a dos de las suyas a la mía; así si la ocupación israelí bombardea una de las dos casas, nos quedaran hijos/as a ambos

En un largo post de Facebook recogido por el diario israelí Haaretz, Andalib Adwan (55, feminista, activista comunitaria y fundadora de la ONG Centro de Medios Comunitarios) trata de transmitir lo que es ser madre y abuela en momentos como este, con tres hijos en el exilio que la llaman todo el tiempo para saber cómo está, con otro que es periodista para la TV japonesa y tiene que pasar días sin pisar su casa desde que empezó esta crisis, cuya esposa está embarazada de nueve meses y temiendo que el estrés precipite el parto, con 15 nietos y nietas que le hacen preguntas dramáticas como por qué los israelíes les odian, si son más fuertes y pueden destruirles, o qué van a hacer si invaden Gaza por tierra, si una bomba cae sobre su casa, adónde van a ir si tienen que salir huyendo, y por qué su abuela está llorando.

Ghada Mansi (empleada de Middle East Children’s Alliance) dice: «En Gaza hemos sufrido muchos ataques duros de la ocupación israelí. Cada vez decimos que es el más difícil. Pero no podíamos imaginar que sería tan terrible como el de ahora. Todas las noches mi familia se reúne en el centro de la casa. Nos vestimos y cargamos nuestros documentos de identidad, preparados para huir juntas o para que, si nos pasa algo malo, nos reconozcan. Mis amigos escriben en las redes sociales que tienen miedo y a las pocas horas me llega la noticia de su martirio. La comunicación con el mundo se corta. Sólo quedan las voces de miedo y los sonidos de los ataques israelíes. Son realmente fuertes y aterradores, sobre todo por la noche. ¡No sabemos cuál será el final y no sabemos si estaremos vivas para ver salir el sol de nuevo por la mañana después de la larga noche! Tengo 29 años, soy ingeniera y trabajo en MECA. Tengo muchos sueños y ambiciones, amo la vida y amo a mi país. Pero ahora tengo miedo del anochecer“.

Otra de las imágenes desgarradoras que inundan los feeds estos días es la de Nadine Abdel-Taif, una niña de Jan Yunis, en el sur de Gaza, que mostrando los escombros expresa entre lágrimas en un perfecto inglés: «¿Qué puedo hacer yo? No puedo soportar todo esto. Quisiera ser médica para ayudar a mi pueblo, pero no puedo. Solo tengo 10 años, soy solo una niña. Tengo miedo, pero no tanto. Haría cualquier cosa por mi gente, pero no sé qué hacer. Lloro todos los días cuando veo esto. Y me pregunto: ¿qué hemos hecho para merecer esto? ¿Por qué alguien lanzaría un misil sobre todos estos niños para matarlos? No es justo. No es justo.»

Mientras los medios masivos siguen torciendo el lenguaje (algunos intencionalmente, otros por pura ignorancia o pereza) con la retórica falaz de “la guerra”, yo sigo con avidez los tuiteos de jóvenes y mujeres desde Gaza. A medida que los bombardeos se multiplican y acrecientan su fuerza destructora, las familias se despiden de sus seres queridos en la diáspora o en Cisjordania; lo que debían ser saludos de Eid se convierten en las últimas palabras de quienes temen no ver la mañana siguiente. En cierto momento noté que los updates empezaban a ser sustituidos por poemas, como si las personas hubieran perdido la capacidad de describir el horror que vivían, o no quisieran que ocupara sus últimas palabras. Una exiliada gazatí observó: «Los tuits de Gaza se han vuelto conversaciones públicas con Dios. Solo las oraciones llenan los espacios de mi feed. Allah, estamos en tus manos. Protege a nuestros hijos. Por favor, no nos dejes sufrir. Ya rab. Ya Allah. Ya Allah.»

Más allá del alto al fuego

Antes de este último ataque, Gaza ya era un lugar inhabitable como consecuencia de 14 años de bloqueo y bombardeos israelíes. La infraestructura civil que había quedado destruida en 2014, y los servicios básicos que ya operaban al mínimo de su capacidad, han sido otra vez gravemente dañados. Quienes sobrevivan a esta masacre tendrán que hacerlo en una sociedad destrozada por la guerra, donde las estructuras de apoyo estarán gravemente reducidas y la reconstrucción será imposible mientras Israel no levante el bloqueo; y no lo hizo tras del ataque de 2014.

Decía la poeta Rafif Ziadah que la gente en Gaza cuenta sus años por la cantidad de ataques israelíes que ha presenciado. Un/a gazatí de 15 años ya ha vivido cuatro masacres. Y hay toda una generación creciendo bajo el bloqueo, que no ha salido nunca de allí, no conoce nada más que las privaciones, el aislamiento y el terror periódico de un nuevo ataque. Juan Paris, coordinador de Médicos sin Fronteras en los territorios ocupados, dice que la gente en Gaza vive en un constante “modo sobrevivencia”. Esto supone un trasfondo de rabia y frustración, pero también de resiliencia y reserva moral: en el pueblo palestino hay una enorme dosis de capacidad de perdón, de amor por la vida y de voluntad de luchar por salir adelante, dice este psiquiatra. En la misma línea, y rechazando categóricamente las acusaciones israelíes de que en las escuelas de UNRWA se enseña “odio y antisemitismo” (tal vez para justificar bombardearlas), el coordinador de operaciones del organismo Matthias Schmale dijo a Al Jazeera que casi 300.000 niñas y niños gazatíes son educados a diario en valores de universalidad y tolerancia en las escuelas de UNRWA, y prueba de ello son los premios internacionales de calidad y excelencia que han recibido tanto docentes como estudiantes.

Según datos de la ONU, entre 2008 y 2021, hubo 23 palestinos muertos por cada israelí. “No somos números” se llama un proyecto testimonial y literario creado por jóvenes de Gaza tras la masacre de 2014, precisamente para recordarnos que detrás de cada cifra hay rostros, nombres, familias e historias, vidas preciosas que no deben ser olvidadas. Nidal Musalama desde Beit Lahiya nos despedía con estas palabras: «La gente quiere vivir. Quiere dignidad. Llevamos 14 años de bloqueo, sin ninguna esperanza. Yo quiero la paz, pero no a cualquier precio. No quiero un arreglo para unos días y luego volver a lo mismo. Quiero que sea permanente y justo. Tienen que cumplirse las resoluciones de la ONU; aunque no sean justas para nosotros. No estamos pidiendo nada extraordinario, incluso nos conformamos con el 22% del territorio que habitamos durante siglos. Pero Israel es un país colonialista, y mientras exista colonialismo no habrá paz.» Ratificando sus palabras, el historiador israelí Ilan Pappé escribía esta semana:  «Sólo cuando Israel trate a la población palestina con ciudadanía israelí como iguales, reconozca el derecho de las personas refugiados a regresar, y el derecho del pueblo palestino a vivir libre de la colonización y la ocupación, habrá esperanza de paz y reconciliación en toda la Palestina histórica.»

Después del alto el fuego, la poeta y dramaturga gazatí Samah Sabawi, desde el exilio, resumía sus sentimientos sobre este último capítulo sangriento: «Es una victoria. Tenemos todo el derecho a celebrarlo. Debemos celebrar cada día desde 1948. Las grandes batallas y las pequeñas. Bombardeos masivos y terror a pequeña escala. Hemos sobrevivido a todo. Israel es un proyecto colonial de asentamiento fracasado que pertenece a la edad oscura. Israel es dueño del presente. Sus estructuras de poder. Sus armas. Su élite política corrupta. Sus colaboradores. Sus armas letales. Las posee todas. Pero ha perdido el mañana. El mañana nos pertenece.»

María Landi – Palestina en el Corazón

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