El negacionismo tiene un efecto dominó en la sociedad: al negar la existencia de un problema, se frena la implementación de soluciones efectivas.

Las cifras no engañan, y menos cuando hablamos de vidas humanas. La Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género confirmaba esta semana el asesinato machista de una mujer en Salamanca, sumando ya 39 víctimas de este flagelo. Sin embargo, se ha añadido un lamentable episodio más en Alzira, Valencia, que lleva el conteo a 40. No podemos obviar la gravedad de esta situación, cuando la mayoría de estos casos ni siquiera habían sido previamente denunciados.

La cruel realidad de Salamanca muestra cómo una joven de 36 años fue brutalmente atacada por su pareja. Las huellas de su agresión eran evidentes, y las y los agentes, al llegar a la escena, encontraron evidencia palpable de la violencia machista. El presunto agresor ya era un viejo conocido de las fuerzas de seguridad. Se le conocía por haber mostrado comportamientos agresivos desde 2005, evidenciando un patrón que nunca se abordó con seriedad.

Las nueve subdelegaciones del Gobierno en Castilla y León se tomaron un minuto para honrar a la víctima, un gesto que, si bien reconoce el dolor, parece insuficiente ante la magnitud del problema. El tercer caso en la región este año es tan solo la punta del iceberg.

EL SINIESTRO CONTEO NACIONAL

La situación nacional no es menos preocupante. Hasta agosto de 2023, las víctimas de violencia de género superan las cifras del año pasado en nueve veces. Desde que se empezaron a recoger datos en 2003, ya tenemos “1.223 mujeres que han muerto por la lacra machista”, según datos del Ministerio de Igualdad.

Estas cifras devastadoras se distribuyen de manera desigual por comunidades autónomas. Andalucía y Cataluña llevan la delantera en estos números siniestros, con 13 y siete mujeres asesinadas respectivamente.

La ministra de Igualdad, Irene Montero, anunció la convocatoria de un comité de crisis para evaluar estos sucesos con las comunidades autónomas. Aunque estas medidas son necesarias, nos llevan a preguntarnos: ¿Por qué siempre se llega tarde? ¿Cómo puede ser que el 80% de las víctimas no hubieran denunciado a su agresor antes de ser asesinadas?

FUTURO INCLEMENTE

Las proyecciones no son alentadoras. En 2022, hubo 49 víctimas por violencia de género, con 11 de ellas solo en diciembre. La cifra más alta se registró en 2007, con 76 mujeres asesinadas. Si bien hubo una disminución notable en los años siguientes, desde 2019 la tendencia ha cambiado. Este año ya tenemos 39 víctimas confirmadas, y aún quedan meses por delante.

El brote más reciente fue en agosto, cuando en un periodo de 24 horas, el Gobierno confirmó tres asesinatos machistas en Almería, Córdoba y Tenerife. Es un reflejo sombrío de la gravedad de la situación.

España debe hacer frente a esta epidemia. Las cifras son mucho más que números; son madres, hijas, hermanas y amigas. Son vidas que se ven truncadas por una cultura machista arraigada que necesita ser erradicada de raíz. El compromiso de toda la sociedad, y especialmente de las instituciones, es crucial para revertir esta situación. Hasta entonces, cada minuto de silencio será un recordatorio de nuestro fracaso colectivo.

El negacionismo: una visión distorsionada de la realidad

Mientras la mayoría de las y los ciudadanos y las instituciones buscan soluciones para frenar la epidemia de violencia de género, hay un sector que se dedica a cuestionar la existencia misma de este problema. Para ellos, las cifras son exageradas, los testimonios son falsos y las medidas adoptadas son una respuesta “desproporcionada”.

Esta visión no solo es errónea, sino que es peligrosa. Ignora evidencias palpables y contribuye a una cultura que silencia y margina a las víctimas. Además, pone en duda la labor de profesionales, activistas y, en general, de todas y todos los que trabajan día a día para combatir este mal.

Las consecuencias del negacionismo

El negacionismo tiene un efecto dominó en la sociedad. Al negar la existencia de un problema, se frena la implementación de soluciones efectivas. Las y los negacionistas suelen oponerse a la educación en igualdad de género en escuelas, la ampliación de recursos para atender a víctimas, y la instauración de leyes más estrictas contra los agresores.

Además, perpetúa estigmas. Las víctimas a menudo enfrentan desconfianza y escepticismo cuando denuncian, y el negacionismo contribuye a ese caldo de cultivo, donde la palabra de la víctima se pone constantemente en duda.

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